Eres, tú, nuestro Pastor, Señor
Una vez, una niña estaba al lado de su padre, estaban esperando a la mamá, momentos antes de la celebración del sacramento del bautizo. La niña de 5 años de edad, estaba preocupada porque su madre no llegaba. Justo, llegó en el momento preciso. Al entrar por la puerta principal, la niña vio de lejos a su madre y corrió a su encuentro tan rápido que cuando estuvo cerca a ella, saltó sobre sus brazos y la llenó de besos, como si fuera la única vez en su vida que la veía o como si fuera el encuentro después de muchos años sin verla.
El pastor da seguridad, paz, ofrece calor, guía nuestros pasos, nos protege del lobo, nos lleva a buenos pastos, nos da esperanza, y sobre todo nos regala su confianza y su amor. ¿Cuántos pastores tiene nuestra vida? ¿En cuántos pastores confiamos? ¿A quién le brindamos nuestra vida? ¿En quién confiamos más?
Pedro, el primer apóstol, lleno del Espíritu Santo confió ciegamente en su Señor y pidió a toda la asamblea que confíen ciegamente en Él, que todo lo puede; y su testimonio provocó conversión: “conviértanse y bautícense todos en nombre de Jesucristo para que se les perdonen sus pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo” (Hch.2,14ª.36-41). Pedro, aprendió de Jesús, que tenía que cuidar de las ovejas, que tenía que darles paz, esperanza, seguridad. Dice el texto, en la parte final de la 1ra lectura: “Con estas y otras muchas razones les animaba y les exhortaba”. ¿Me preocupo de cuidar de mi Iglesia o la destruyo con mis prejuicios o mis acciones? ¿Me preocupo como Jesús y Pedro de cuidar y salvar las ovejas o las dejo que lobos vestidos de oveja se las lleven? ¿Amo de verdad a las ovejas que están en el único redil bajo un único pastor que es Jesús?
Pedro, en su 1ra carta nos hace recordar cómo actuaba y actúa Jesús: “Cargado con nuestros pecados subió al leño…sus heridas nos han curado. Pues ustedes andaban antes como ovejas descarriadas, pero ahora han vuelto al buen pastor” (1Pd.2,20b-25). Ese es el Pastor Jesús, que se jugó su propia vida por las ovejas. ¿Doy la vida por los demás o los dejo al abandono? Si tengo alguna autoridad, civil o religiosa, ¿dejo a los que están a mi cuidado al abandono o las protejo y las encamino?
Juan, en su evangelio (10, 1-10), nos presenta a Jesús como el Pastor: al que las ovejas le tienen confianza, escuchan su voz, les abre la puerta para que entren a un lugar seguro. Es un pastor que defiende del lobo, de los “ladrones y bandidos”, de los que vienen “a robar – matar – destruir”. ¿Cuántos ladrones y bandidos hay que quieren destruir la Iglesia? ¿Cuántos pastores “vestidos de lobos” confunden a muchos fieles con doctrinas falsas y erradas? ¿Cuántos cristianos hay que siguen “otras voces” y por eso andan como “ovejas sin pastor”?
Jesús termina con una frase, que no sólo es muy bella, sino llena de sentido y de compromiso: “Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia”. Mis actitudes, ¿se asemejan a las de Jesús? ¿Doy vida cada día de mi vida? ¿Soy un signo de muerte y destrucción o de vida? Jesús tuvo un pequeño y hermoso diálogo con Pedro cuando le pregunta: “Pedro, ¿me amas más que estos?, y Pedro contestó: Si, Señor, Tú sabes que te quiero. Entonces cuida de mis ovejas” (Jn.21,15-20). Hoy Jesús nos invita a cuidar de la Iglesia, a cada uno en particular, aunque el ladrón “viene a robar, a matar y a destruir”, pero Él ha venido para dar vida y en abundancia.
Eres, Tú, nuestro Pastor, Señor. Amén. Con mi bendición.