Queridos amigos
El evangelio de “los dos de Emaús” (Lc 24, 13-55), nos cuenta el regreso al pueblo de dos discípulos decepcionados de Jesús. El relato es patético, pero también sugerente, pues “los dos de Emaús” podríamos ser tú y yo, seguros de que lo que les pasó a ellos es lo que nos pasa a nosotros y a millones de cristianos como nosotros. Obnubilados por el fracaso e incapaces de ver más allá de sus narices, ni se dan cuenta de que es Jesús en persona quien les acompaña. En esencia, el problema de “los dos de Emaús” -y el nuestro y el de millones de cristianos- es que no nos sentimos acompañados ni acompañando a Jesús, que va a nuestro lado.
Preocupados por el hecho histórico de la Resurrección de Jesús, ciframos nuestra fe en el sepulcro vacío y en las apariciones. Ciertamente, pero aun siendo esto indispensable para fundamentar nuestra fe, la resurrección histórica de Jesús es insuficiente para animar nuestra entrega total al Señor. Bienaventurados los que, sin haber visto, creen, dirá Jesús a Tomás, que pedía a gritos tocarlo para creer en Él (Jn 20, 25-29). El hecho de la resurrección del Señor es en sí fundante, pero pide que cada uno lo haga suyo desde su experiencia de fe. Es merced a esta experiencia de fe en Jesús, que Tomás caerá a sus pies para decirle “¡Señor mío y Dios mío!”, dispuesto a dar su vida por Él, como la dio.
Como a “los dos de Emaús”, Jesús se nos hace el encontradizo y camina a nuestra vera. Pero no lo reconocemos. Sabemos que ha resucitado y que sigue vivo. Y hasta lo celebramos en grande cada año, comprometiéndonos a ser sus testigos. Pero a la hora de la verdad todo sigue igual, como si Él no hubiera resucitado. Quizás porque estamos más interesados por los hechos y los sucesos que le pasaron a Jesús, que por el mismo Jesús. Sucede lo mismo cuando nos habla de la Escritura, haciéndonos ver que más de 300 textos hablan de Él y de su ingreso a la gloria a través de la cruz. Lamentablemente, también aquí, los textos sobre Jesús nos interesan más que el mismo Jesús.
Es significativo que sólo en la fracción del pan se dieran cuenta de que su compañero de viaje era Jesús. Ni cuando socializó con ellos ni cuando les explicó las Escrituras. Sólo cuando partió el pan con ellos… Entonces “los dos de Emaús”, a pesar de que estaban cansados y era de noche, corrieron a contar a los Once cómo Jesús se les había aparecido y lo habían reconocido en la fracción del pan, (en la eucaristía). Es bueno insistir en esto: Jesús escogió darse a conocer en el compartir… Y en el compartir su cuerpo es, sobre todo, que nosotros lo encontraremos. Decididamente, para encontrar a Jesús y para encontrarnos entre nosotros, lo más importante es compartir (la eucaristía, el pan nuestro pan de cada día, el tiempo, la amistad, la oración…).