Queridos amigos

Estamos a dos semanas del final del Año Litúrgico (el 27 será el 1º domingo de Adviento) y la Palabra de Dios, haciéndose eco de ese final, anuncia destrucción, guerra y muerte (Lc 21, 5-19). Muy apocalíptico, aunque en la intención de Jesús y leyendo entrelíneas no lo parece tanto. Diríamos que es un evangelio más bien escatológico, que nos abre a la esperanza, a Jesucristo Juez de vivos y muertos, y a un mundo nuevo, inédito y maravilloso, regalo de Dios para los suyos. Lo que en definitiva cuenta no es lo que está pasando sino lo que se nos viene. Como en el final del año civil en el que lo que cuenta no es el año viejo que termina sino el año nuevo que llega, lleno de expectativas.

La destrucción del templo de Jerusalem, que Jesús profetiza, les cayó a los apóstoles como un rayo. Era la más increíble noticia que podían imaginar y escuchar. No sólo porque el templo era considerado como una de las 7 maravillas del mundo sino también y sobre todo porque era el alma de su historia y la sede de su Dios. Destruir el templo era dejarlos sin piso, era destruirlo todo, incluido el mundo, pues los judíos no concebían el mundo sin su templo. Por eso, a la destrucción del templo, anunciada por Jesús, ellos añadieron por su cuenta que era inminente el final del mundo. La profecía de Jesús sobre la destrucción del templo se cumplió 40 años después, el 9 de agosto del 70 dC., cuando los soldados romanos lo incendiaron y destruyeron la ciudad.

El final del mundo y las señales que lo precederán, la vuelta de Jesús y el juicio final, etc. son, en lo humano, como un psicosocial que inquieta a todos, en especial cuando se dan situaciones críticas. Lo que a nosotros nos interesa es ver todo eso como señal y aviso, por ejemplo: 1, de que aún lo más bello y consistente es pasajero; 2, de que no hay que dejarse engañar por las apariencias ni por las personas; 3, de que una especial providencia cuida de los que son de Jesús; y 4, de que hay que vivir siempre en vigilante espera, seguros de que con nuestra constancia salvaremos nuestras vidas.

Nada te turbe, / nada te espante, / todo se pasa, / Dios no se muda;/ la paciencia todo lo alcanza;/ quien a Dios tiene / nada le falta / Sólo Dios basta”, estos versos de sta. Teresa  de Jesús, son como una oración que trae paz, confianza y valor, ante los avatares del futuro. Brotaron de la experiencia de una mujer, andariega y mística, que supo vivir en el mundo sin ser del mundo, como pide el Señor (Jn 17, 11. 16). Nos hará bien hacerlos nuestros y, como ella, vivir activamente en el mundo sin dejarnos contagiar por la mundaneidad, como nos pide frecuentemente el Papa Francisco.

 

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