HACER LO QUE A DIOS LE AGRADA, RETO PERMANENTE PARA EL CREYENTE
Una vez una persona, en una conferencia sobre la fe dentro de un congreso teológico, se atrevió a decir a más de 2 mil personas: “¿Saben amigos? Cuán fácil es prescindir de Dios, cuán fácil es prescindir de sus mandamientos, de su Iglesia, de un orden moral en la vida de cada día. Pero cuán difícil es agradarle cada día con nuestras acciones y deseos. Permítanme parafrasear un dicho popular: dime cómo va tu relación con Dios y te diré la calidad de cristiano que eres”. Y al término de esa conferencia, en vez de que todos se paren a aplaudir, ya que era el “ponente principal”, todos quedaron en un silencio de cementerio, ya que nadie abría sus labios, y menos daba un aplauso.
Nos hemos puesto a pensar por un instante, ¿si en este mundo todavía podemos encontrar gente que se esfuerce por vivir coherentemente su vida de fe? Y si los hay, aunque haya pocos, escuchemos al autor de los proverbios que se pregunta y afirma: “¿quién la hallará? Vale más que las perlas” (Prov.31,10-13.19-20.30-31). Una mujer hacendosa, así, para este libro: trae ganancias y no pérdidas, aprovecha de lo que pueda conseguir poniendo en práctica sus habilidades, no es insensible a los pobres ya que se solidariza con ellos, es de alabar y aplaudir esta actitud. ¿Podemos asumir algunos de estos retos como creyentes? Excusas para no obrar rectamente bien, las puede haber a montones, pero estas no pueden ser tales para decidirnos desde hoy enderezar mejor nuestra vida y que mejor que con signos de misericordia entrañable.
Para los que deseen asumir este reto, escuchemos como un grito ensordecedor y esperanzador al salmista, de hoy, que dice: “Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos” (Salmo 127). Una motivación para obrar rectamente, la tenemos en la segunda lectura: “ustedes hermanos, no vivan en tinieblas, para que ese día no les sorprenda como un ladrón” (1Tes.5,1-6). Ante la venida del Señor (su segunda venida), no podemos rehusarnos de obrar bien cada día. Que somos pecadores, es bueno reconocerlo, pero no es una excusa para que con esperanza firme podamos “tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (cf.Filp.2,5). Si somos creyentes se nos tiene que notar cada día de nuestra vida, de lo contrario nuestra vida de fe, no tendría sentido. En palabras del apóstol Santiago: “esa fe está completamente muerta” (Stgo.2,14-18). ¿Cuántos muertos en vida hay hoy en día porque no quieren hacer lo que Dios pide?
La parábola de los talentos confirma, hoy domingo, que sí de verdad es posible vivir conforme a lo que Dios quiere (Mt.25,14-30). Pero tengamos mucho cuidado de dejarnos llevar por el miedo, la falta de fe, de amor, de esperanza. Dios a cada uno de nosotros nos ha dado, según su voluntad, todo lo necesario para glorificar su nombre con nuestras acciones y deseos. No nos cerremos, como el caracol, en nuestra “caparazón llamada soberbia y falta de fe”, porque nada tendrá sentido.
Quizás seamos testigos de que hay mucho miedo que nos quieren seguir “imponiendo” por todas partes (como manipulando la conciencia y la salud), desgano para hacer las cosas bien (o que otros te desanimen), desesperanza, incertidumbre, unido a la falta de fe, caos y confusión; y todo esto sería como “un obstáculo” para hacer realidad la voluntad de Dios. Pero eso no tiene que ser así para hacer fructificar lo que Dios nos ha regalado por pura gratuidad (algunos le llaman “nadar contra corriente”, Jesús dirá “Yo he vencido al mundo” – Jn.16,33; y San Pablo dirá: ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿Acaso la aflicción, la persecución, la muerte? – Rom.8,35-37). Él no nos da sus gracias “por ser buenitos”, o “por estar mucho tiempo en parroquia o en tal o cual grupo – movimiento – congregación”, sino por pura gratuidad, porque su amor es grande, porque espera mucho de nosotros y eso se llama conversión (cf.Mc.1,15; Ez.36,25-27).
¿Pongo excusas para obrar bien? ¿Quiero dejar de obrar mal? ¿Quiero de verdad agradar a Dios en mi diario vivir?
Hacer lo que ha Dios le agrada es, de verdad, un reto permanente para el creyente. ¿Te animas a aceptar ese reto?
Con mi bendición.