¿Qué haces con lo que Dios te ha dado?
Dios nos regaló la vida para compartirla, para darla y entregarla en beneficio de todos, para que todos participemos de una misma felicidad, y ¡qué hacemos con nuestra vida y con la vida de nuestros hermanos?
Dios creo la tierra y en ella planto árboles y semillas y la entrego para que nuestro trabajo fructificara y todos nos alimentemos, y ¡que hemos hecho con sus frutos?
Dios nos creó a su imagen y semejanza, sembró semillas de amor en nuestros corazones y nos dijo: “creced en amor, llenad la tierra de amor”, ¡qué hecho para que fructifique dicho amor?
Dios, al amarnos nos creó libres e inteligentes para que, responsablemente, diéramos frutos de justicia y verdad y juntos construyéramos una comunidad de hijos y hermanos, y ¡como estamos usando nuestra libertad y nuestra inteligencia?
Cristo se encarnó y nos señaló el camino de nuestra realización y de nuestro compromiso en la vida. El sí supo dar frutos de vida y amor y recibir la recompensa del padre.
El, Cristo, nos regaló su palabra, semilla de Dios, sabiduría del Padre, para que, aceptándola con gozo, fructificara en nosotros y gracias a nosotros, y ¡que hemos hecho con ella? El, Cristo, nos entregó sus sacramentos, fuente de vida para nuestras vidas, compromiso de vida para los demás, y ¡que frutos de satisfacción produzcan en nosotros?
Dios, a lo largo de nuestra pequeña historia, no se ha cansado de regalarnos sus dones y gracias, y ¡que frutos estamos produciendo?
Dios, como buen padre seguirá confiando en nuestra responsabili8dad de hijos. La recompensa a nuestros esfuerzos, a nuestros compromisos, al trabajo diario, por responder con gratitud y generosidad a su confianza, siempre será mayor que el fruto producido.
Pero ¡cuidado! No juegues con tu Padre-Dios. No reniegues de tu Dios. No le niegues el fruto que espera y necesita de ti. El sudor de tu frente, los callos de tus pies y manos y la entrega generosa de tu corazón abrirán las puertas de la casa de tu Dios.