PRUDENCIA NECESARIA PARA LA VIGILANCIA

El judaísmo que sobrevivió al exilio empieza a interactuar con los diferentes pueblos extranjeros que lo sometieron y que les permitieron mantener sus costumbres religiosas, con excepción de la irrupción terrible de los griegos seléucidas (s. II a.C.). Los judíos de la diáspora, es decir, aquellos que se quedaron a vivir fuera de Palestina, se vieron influenciados por el entorno donde vivían, asumiendo, por, sobre todo, la cultura griega en la etapa previa a la llegada de los romanos. Así, se empieza a hablar de la sabiduría, como una criatura que se convierte en aliada de Dios para efectuar su poder creador y que el ser humano añora alcanzar para encaminar su vida según la voluntad de Dios. Esta manera de explicar las cosas ayudó mucho en la reflexión de la primera comunidad cristiana, pues a partir de la presencia de esta sabiduría es que se proclamó la doctrina de la preexistencia del Hijo de Dios, tradición recogida luego por el evangelio de Juan y la teología de Pablo.

Uno de los temas que preocupaba a Pablo en la primera parte de su evangelización era la premura de la segunda venida de Cristo, llamada “parusía”. Por eso, a los cristianos de Tesalónica les advierte que no deben desesperarse, pues ellos pensaban que tal venida en gloria para salvar a la humanidad estaba destinada solo para quienes quedarían vivos. Pablo les habla desde sus propias convicciones judías acerca del día final y confirma que los muertos resucitarán y los vivos experimentarán el arrebatamiento de esta realidad para una vida perdurable según la voluntad de Dios. De este modo, se confiesa cierta la segunda venida de Cristo, la resurrección de los muertos y “el arrebatamiento” de los vivos a la gloria de la vida eterna, trayendo esperanza y consuelo a los tesalonicenses que se hallaban de seguro entristecidos por la partida de sus seres queridos y su posible no expectación del triunfo de Cristo Jesús.

Esta parábola de las diez doncellas del evangelio de este domingo, se encuentra ubicada en la última sección previa a la pasión del Señor. Es la primera de tres parábolas referidas al final de los tiempos (luego vendrá, la de los talentos y finalmente la del rey que separa a unos a la izquierda y otros a la derecha con la metáfora de las ovejas y los machos cabríos). La insensatez de cinco de estas doncellas de no llevar aceite de repuesto les deja fuera del banquete de bodas, mientras que las cinco doncellas previsoras participan plenamente de la fiesta porque supieron estar prevenidas ante la demora del esposo. Quizá lo más sorprendente de la parábola esté en las duras palabras del esposo ante la insistencia de las doncellas que se quedaron fuera de la fiesta: “No las conozco”. La expectativa de la parusía se hizo latente en el cristianismo primitivo y por eso el énfasis de saber esperar, con una actitud de vigilancia atenta y con necesaria previsión.

Confesamos la fe en la vida eterna, pero para alcanzar esta promesa debemos antes terminar el curso de nuestra vida mortal y esto nos asusta y nos interpela. Saber vivir es el gran desafío a asumir para saber también esperar la vida eterna, porque la muerte no significará más que un tránsito necesario hacia algo mayor. Por eso, la sabiduría sale en nuestro auxilio para que ante el dolor de la partida de los seres

que amamos, aprendamos a valorar justamente este maravilloso regalo de Dios. Tu vida tiene un sentido, y debes encontrarlo, pues de ello depende vencer la desesperanza y la depresión. Nuestra fe exige estar prevenidos, siempre preparados con nuestro aceite de repuesto, aquel que habla de nuestro compromiso de estar siempre dispuesto a ofrecer hasta nuestra vida por la felicidad de los demás rindiendo así culto verdadero y agradable a Dios. Tenemos sed de Dios, ansias de Dios, y le rogamos que nos conceda la saciedad espiritual que necesitamos y así poder exclamar: he contemplado tu rostro Señor

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