CREEMOS EN UN DIOS DE VIVOS, NO DE MUERTOS
Los libros de los Macabeos se redactaron en la versión griega, por lo que no formaron parte de la Biblia Hebrea, aunque recoge una de las páginas más heroicas de la defensa del judaísmo frente la persecución de los griegos seléucidas encabezados por el rey Antíoco. La narración que escucharemos este domingo es un relato martirial donde se intenta resaltar la figura encomiable de una familia judía que rechaza la orden del malvado rey de abandonar sus costumbres religiosas judías. La firmeza y el desafío de los niños hacen tambalear al poder del monarca y en medio de la crueldad de los castigos se hace resonar la esperanza en la resurrección de los justos, sobre todo de los que defienden la fe judía. Actos como esta narración despertaron la insurrección de los Macabeos que lograron vencer a los griegos logrando establecer un reino de Judá por un corto tiempo y la dedicación del Templo que había sido profanado.
En la segunda lectura, se continúa infundiendo esperanza en los cristianos de Tesalónica, pues son más conscientes que la venida de Cristo tomará un tiempo más. Es necesario confiar en el Padre Dios y en su enviado Jesucristo para seguir testimoniando con obras y palabras y con su gracia vencer al Maligno.
En el evangelio, Jesús discute con los saduceos, grupo muy selecto de judíos, ligados a la clase sacerdotal y que ostentaban el sumo sacerdocio en tiempos de Jesús. Eran los grandes terratenientes y muy ricos, por lo que se encontraban más preocupados en sus intereses temporales, con lo cual no tenían motivos para creer en la resurrección de los muertos. Estos se acercan y le plantean un caso extremo que podía comprometer la afirmación de que se daría la resurrección. La ley del levirato regía para Israel, por un tema de mantener la prole del varón que moría antes de dejar hijos. Obviamente es una ley temporal judía; las realidades celestiales la superan. Jesús ve la mala intención de este grupo y les hace ver que la realidad del matrimonio es algo que compete a esta tierra, el mundo celestial es diferente, y todos participarán de la resurrección. Dios es un Dios de vivos, no de muertos; y por ello la memoria de los patriarcas y de todos los hombres santos pervive por siempre en Dios.
Ante tiempos de muerte y violencia, las preguntas trascendentales vuelven a surgir en los corazones de los hombres. Es verdad que nos preocupa ser felices en esta vida; pero hay algo más allá de la muerte, y en virtud de la resurrección del Señor, estamos llamados a no perder la esperanza en la vida eterna. Dios nos ayude a mantenernos firmes con las lámparas encendidas cada día de nuestra vida y llegar seguros a entonar antes de cruzar el umbral de la muerte: “al despertar me saciaré de tu semblante, Señor”.