FIARSE DE DIOS, RETO PERMANENTE PARA EL CREYENTE 

XXXII Domingo del tiempo ordinario – Ciclo B 

Cuando te pasa algo malo en tu vida: ¿Se te va la fe? ¿Dudas de Dios? ¿Te enfrentas a Él reclamándole por todas tus desgracias? ¿Dejas de ir a misa y confesarte? ¿Contagias tus dudas a otros? 

¿Cuántos de nosotros somos capaces de fiarnos de Dios? ¿Dudo de su amor, de su bondad, de su misericordia? Hoy, una vez más, asistimos a un mundo relativista, donde Dios ya no cuenta para nada, para muchas personas. ¿No será que hayamos perdido de vista lo que es verdaderamente la fe? 

Elías, un profeta del AT, fue a Sarepta y se encontró con una viuda. Puso “a prueba su fe” con un pedido que le hizo en medio de la crisis que pasaba: “Por favor tráeme un poco de agua, tráeme también, en la mano, un trozo de pan” (1Rey.17,10-16). En medio de la vida de cada día, podemos descubrir la voluntad de Dios, la exigencia de su amor, es un reto permanentemente grande. Pero cuando no estamos abiertos a su gracia, y nos “anclados” en nuestras propias seguridades, podemos rechazar toda oferta salvadora de Dios, y poner en duda, no sólo su existencia, sino también su actuar: “Te juro por el Señor, tu Dios, que no tengo ni pan” (fue la excusa que puso la viuda para no creer en la promesa de fe de Dios por medio del profeta). Vivimos “ciegos espirituales”. ¿Será tu caso, el mío y el de todos? 

La viuda de sarepta, hizo, luego de escuchar la promesa de Dios para que reciba muchos bienes, hizo su acto de fe y obedeció a Dios por medio del profeta. El fruto no se dejó esperar: “Ella se fue, hizo lo que le había dicho Elías, y comieron Él, ella y su hijo”. ¿Confío en las promesas de Dios? 

El que se fía de Dios (cf.Mc.9,23; Lc.1,38; Hb.11,1.6) se nota en la vida de cada día, incluso en las dificultades y crisis, en la pobreza o riqueza, tengas o no para comer. Hay una motivación especial de todo esto, según el salmo 145 de hoy: “el Señor sustenta el huérfano y a la viuda”. 

Cuando la fe no tiene sólidos cimientos, se puede caer (Mt.7,26-27), no tiene dónde agarrarse. Advierte, hoy Jesús, en el evangelio que tengamos cuidado con la vida superficial “religiosa” que llevan los escribas (Mc.12,38-44). Hoy les da una lección de amor a todos ellos al mirar el gesto sencillo, humilde sin aplausos de la viuda: “les aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie”. Habrá que recordar que en el arca de las ofrendas, muchos ricos echaban de lo que les sobraba, mientras que la viuda echó de lo que tenía para vivir. 

El que se fía de Dios, hace lo imposible por agradarle aún a pesar de las dificultades del camino.  

El que se fía de Dios, es dócil a las inspiraciones del Espíritu. El que se fía de Dios, se da incondicionalmente, sin recibir nada a cambio y anima a otros a adoptar esa postura. 

Dios nos pide aquello que está a nuestro alcance, pero quiere que nuestra fe sea madura, no “más dura”, para responder siempre con generosidad sin mezquinar nada. Mucha gente pone excusas, hasta tontas, para no servir a Dios, pero para “otros compromisos”, sacamos tiempo “hasta de sobra”. ¿De qué lado estoy? 

Una pareja de esposos, mientras hablaban con su amiga religiosa, sacaban un dinero en un sobre cerrado y se lo dieron. Estos quedaron sorprendidos al ver que eran $500.00 dólares americanos. Sólo ellos, ante la cara de asombro de “la madrecita” (como así le llamaban), a coro rezaron el Salmo 115,12: “¿cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”; y otra cosa que le dijeron: “usted sirve a Dios y ayuda a los pobres, y acepte ese regalo de Dios”. 

Fiarse de Dios es un reto permanente, en un mundo incrédulo, agnóstico y relativista. Dios nos conceda la gracia de dar y darnos de verdad, sin buscar el aplauso, pero sí buscando hacer la voluntad de Dios cada día. 

Con mi bendición.

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