Queridos amigos
El óbolo de una viuda pobre en la alcancía del templo y el comentario que le mereció a Jesús, son el nervio del evangelio de hoy (Mc 12, 38-44). Este tiene una primera parte, también muy interesante y que quizás explique el por qué esa viuda y otras muchas eran pobres. Los comentaristas suelen pasarla por alto, ganados por el comentario de Jesús: da más quien más se priva de lo necesario para vivir, o, dicho parafraseando el texto del evangelio: quien da lo poco que tiene para vivir da mucho más que el que da de lo que le sobra (Mc 12, 44). Hay que dar hasta que duela, decía San Alberto Hurtado.
Ciertamente, pero no sólo dinero. Dar tiempo, trabajo, ingenio, alegría…, son cosas que valen más que el dinero, y también hay que darlas hasta que duela. Por ejemplo, tiempo para participar en jornadas y/o pertenecer a Grupos Pastorales de la Parroquia,
Al respecto es consolador saber que Jesucristo y Dios premian hasta lo más pequeño que les ofrezcamos (los dos centavos de la viuda) y el vaso de agua al prójimo (Mc 9,41). Es consolador y nos anima a hacer el bien, aunque no podamos dar mucho. Pero es una ofensa darle en colecta sólo los centavos que nos van sobrando de las compras, casi como una manera de deshacerse de ellos, cuando podemos dar más.
En el caso de la viuda del evangelio siempre me llamó la atención que Jesús la dejase dar la limosna aun sabiendo que se quedaba sin nada. Me pregunto cuál habría sido la actitud de ustedes frente a esa pobre viuda, que rebusca sus centavos para ponerlos en la alcancía del templo. ¿No le habrían dicho guarde eso para usted, señora, que lo necesita más que el templo? Debo confesar que es lo que hacía yo antes, hasta que un día caí en la cuenta de que yo estaba en el error al querer enmendar la plana al Señor. Mi falsa piedad quería impedir que también el pobre fuera magnánimo desde su pobreza. Y que diera su limosna -tributo de reconocimiento- a Dios. Él sabrá cómo recompensar al pobre, me dije, y recordando que tenía por ahí una bolsa de alimentos no perecibles, se la di.
El caso de la viuda pobre, que da de su pobreza, confirma el dicho de que no hay pobre que no pueda dar algo. Añadamos que ni rico que no pueda dar más. Lamentablemente, ¡qué difícil es que esto suceda! (Mt 19, 24) Por ejemplo, ¿¡en qué quedaron los acuerdos de Helsinki (1975) y de la ONU para que los países ricos ayuden a los países pobres?! La cooperación internacional para el desarrollo ha ido bajando del 0.34 % del PNB al 0.22 %. Y muchos ni lo dan. Como si los ricos (y los países ricos) no tuvieran que dar hasta que duela, que decía San Alberto Hurtado.