Confiar en la Providencia de Dios
Era un grupo de misioneros que se disponían a ir de misiones a unas comunidades campesinas. Luego de un tiempo de preparación, van recibiendo donaciones de ropa, víveres, juguetes, etc para los pobres de esa comunidad. Faltando una semana para viajar una de las integrantes, la señora Teresa dijo a todos los misioneros: “hermanos, hermanos, nos han regalado muchas cosas, y hay que estar agradecidos a Dios por todo lo bueno, que nos da, pero tengo que decirles algo que nos preocupa: nos falta para los pasajes de los misioneros”. Hubo silencio en aquella reunión, y el hermano Quique, coordinador del grupo, dijo: “¿de qué te preocupas?, ¿por qué te afanas? Recuerden que esta es una misión de Dios, y él tendrá que proveernos de todo, hasta de los pasajes”. Al día siguiente una señora de la parroquia se acerca al hermano Quique y le da una bolsa conteniendo varios sobres con dinero: “eso es para los pasajes de todos ustedes”. La Señora Teresa, cuando vio eso, no hizo más que llorar, llorar, llorar y le dijo a Jesús y a la Virgen María, cuyas imágenes estaban ahí: “¿cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”.
A cuántos les cuesta confiar en la providencia divina, ¿verdad? La viuda de Sarepta, no lo quiso entender al principio: “Te juro por el Señor, tu Dios, que no tengo pan cocido; me queda solo un puñado de harina en el cántaro y un poco de aceite…comeremos y luego moriremos” (1Ry.17,10-16). ¿Qué pasa cuando anteponemos nuestros intereses a los de Dios? No entenderemos que, como dice el salmo de hoy, Dios “mantiene su fidelidad perpetuamente, que hace justicia a los oprimidos, que da pan a los hambrientos” (Salmo 145). Cuánto cuesta confiar que Dios siempre: escucha nuestro ruego, nos provee de lo que necesitamos y nos pide que seamos fieles y le creamos a Dios mismo a pesar de las cruces del camino.
La viuda de Sarepta, luego de un discernimiento, pudo fiarse de Dios a través de la palabra del profeta que le dijo: “el cántaro de harina no se vaciará, la vasija de aceite no se agotará”. ¿Te fías ciegamente de Dios?, ¿por qué dudamos?, ¿qué nos falta para creerle más a Dios y a sus promesas?
El Dios en quien deberíamos fiarnos más, es el Dios que “se ha manifestado una sola vez, al final de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo” (Hb.9,24-28). Sí, es Cristo quien se da por amor redentor a la humanidad, porque desea salvarnos a todos y a cada uno en particular. Ese es en el que tú, yo y todos debemos confiar más, vino “para salvar a los que lo esperan”.
El orgullo, el afán de figuración, la soberbia, entre otros, son obstáculos para fiarse de la providencia y de la bondad de Dios, y para vivir mejor la caridad fraterna. Eso advierte Jesús, hoy en su evangelio (Mc.12,38-44). Por eso dice: “cuidado con los escribas…les encanta que les hagan reverencias…buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes”.
Sólo el sencillo, el “pobre de espíritu” es el que se puede fiar de Dios, para que deje lo mejor que tiene a los pies del maestro. Jesús alaba o aplaude el desprendimiento de la viuda. La razón especial: “ha dado todo lo que tenía para vivir”. ¿Qué le puedo dar hoy al Señor?, ¿mi mediocridad?, ¿mi afán de figurar para que los demás me aplaudan?, ¿le doy lo “que me sobra”?, ¿o mi deseo de agradarle cada día de mi vida?
Hoy podemos hacer un compromiso de amor con Dios: A partir de hoy, querido y amado Jesús, quiero agradarte cada día de mi vida, porque sin Ti, no soy nada. Ayúdame a fiarme más de Ti, a creer más en tus promesas y a animar a otros para que se fíen también de Ti, Señor. Amén.
Las dos viudas de hoy, tanto la de Sarepta y la que estaba en el arca de las ofrendas, tuvieron un matiz común: creyeron ciegamente en la bondad de Dios.
Qué gran tarea tenemos de confiar cada día de nuestra vida en la Providencia de Dios.
Con mi bendición: