NUESTRO DIOS ES UNO…PERO NO TE OLVIDES DEL PRÓJIMO
Proclamaremos en la primera lectura el Shemá Israel (“Escucha”, forma imperativa del verbo escuchar), una confesión pública de la fe en el único Dios en boca del anciano Moisés para que las generaciones futuras no olviden la alianza pactada en el Sinaí y que deben fortalecerla al ingresar a la Tierra prometida (clave deuteronómica). La historia deuteronomista recoge el antiguo Código de la Alianza y propone la fe en un único Dios, después de la terrible experiencia de crisis que vivió por el exilio. Israel debe amar a Dios con todo lo que uno posee quedándose grabada esa impronta en el corazón para memoria del pueblo elegido. Así la expresión del amor a Dios es el cumplimiento de la Ley que debe pervivir en la memoria de todo judío.
En la segunda lectura, el autor de la carta a los hebreos, hace un discernimiento de por qué se puede proclamar que Jesús es sumo y eterno sacerdote, a pesar de que él no pertenecía a familia sacerdotal alguna (Jesús era de la tribu de Judá y no de Leví). Un aspecto de superioridad del sacerdocio de Jesús era que los antiguos sacerdotes morían y Cristo Jesús está vivo por su resurrección, convirtiéndose en la primicia de los que serán resucitados. Jesús es el indicado porque ha asumido la naturaleza humana para justamente de allí redimirla. Hace un recuerdo de los actos sacrificiales que debían realizarse en la fiesta judía de la expiación (“Yom kippur”) lo que representa la ineficacia de los mismos, puesto que cada año debían repetirse. Al resucitar Cristo Jesús, ya no hay más sacrificios que hacer. Así queda planteada la superación del sacerdocio de la antigua ley por la del Hijo sacerdote que permanece para siempre siendo su sacrificio eficaz y perdurable. La Ley no ha hecho nada perfecto, pero el Hijo ha sido hecho perfecto para siempre.
En el evangelio de Marcos que escucharemos, antes de concluir las diversas controversias suscitadas en Jerusalén, interviene un escriba para preguntar cuál es el mandamiento primero de todos. Jesús hace eco del Shemá Israel, confesando el amor al Dios Uno, pero inmediatamente, complementa esto con un segundo mandamiento referido al amor al prójimo. Así, no se profesa la fe en el Dios Uno sino se demuestra ese mismo amor para con los demás y esto porque Dios ha llamado a la santidad a un pueblo. En medio de tantos opositores, hay esperanza que algunos de ellos puedan comprender mejor al Maestro galileo, pues este escriba termina por convencerse de que la respuesta de Jesús es la correcta. Y aún más, extiende tal respuesta con una afirmación crucial: “vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Ha comprendido cual es el camino para llegar al Reino de Dios. El sentido ritual en la religión es una expresión hermosa y comunitaria que debe reflejar lo que hacemos diariamente en nuestra relación con Dios y con los demás. No se puede amar a Dios basados solo en una expresión ritual; esta debe traslucir el testimonio de una vida que no tiene otra motivación o centro que el amor a Dios y el amor al prójimo, visto desde una unidad y complementariedad entre ambas. De allí que tenga sentido, la nueva propuesta de sacerdocio que ofrece la carta a los hebreos, pues Jesús no pertenecía a ninguna familia sacerdotal, pero su obediencia al plan salvífico, lo vinculó tan firmemente a la humanidad, que haciéndose solidario con los hombres, por su muerte y resurrección, nos abrió el acceso al santuario celestial. Por eso, Jesús se convierte en el ejemplo de solidaridad que debemos seguir los creyentes. No hay mayor ofrenda o sacrificio que una vida entregada por amor a los hombres, y eso lo hizo Jesús y a eso estamos llamados a realizar todos los que nos decimos llamar cristianos. Unámonos este domingo al salmista y proclamemos con firmeza y convicción: “Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza”.