El evangelio del día de hoy muestra, una vez más, las diferencias que existen entre los grupos de los escribas y fariseos contra Jesús en la concepción de las actitudes que debemos adoptar para vivir acorde con el evangelio y con la instauración del Reino de Dios.
Jesús les recrimina la incoherencia y la inconsecuencia de la forma de afrontar la vida: “ellos no hacen lo que dicen” (Mt. 23,3); la falta de sensibilidad y de disponibilidad para la cooperación, el servicio y la ayuda mutua “lían fardos insoportables pero no están dispuestos a moverlos o cargarlos” (Mt. 23, 4); practican una religión externa, de apariencia, de pura vanidad y de aplauso fácil carente de profundidad y de purificación de intenciones; el exceso de protagonismo y de complejo de superioridad les lleva a despreciar a los demás, a aspirar a los primeros puestos no por espíritu de servicio sino por interés y poder sin importarles los medios que adopten; se llaman “maestros” pero carecen de autoridad porque su vida está marcada por la hipocresía y el desprecio a los demás. El fariseo está contento con su “santidad” sin darse cuenta que con esta actitud se incapacita para acoger a Dios por la falta de humildad y de tolerancia hacia los demás.
Estamos llamados en nuestro seguimiento a Jesucristo y en nuestra pertenencia a la Iglesia a contraponer estas actitudes farisaicas. La autoridad no puede ser un medio para aprovecharnos personalmente sino para cooperar en beneficio del bien común desde el servicio a los hombres. Fortalecer la humildad y la sencillez para afrontar nuestra vida sintiéndonos dependientes de Dios, instrumentos frágiles de su presencia en el mundo, transparentes y veraces desde la hondura de nuestro corazón para ser y hacernos creíbles en nuestra parcela de sociedad en que vivimos. No instrumentalizar la ley, crecer en responsabilidad y en exigencia para actuar con la libertad de los hijos de Dios. Dejarnos guiar por el verdadero “Maestro” que orienta y no impone y actúa desde el ejemplo personal y la coherencia de vida. Discernir lo esencial de lo secundario para tener criterios sólidos en nuestra respuesta permanente a Dios.
Estas serán algunas de las actitudes básicas que se desprenden de las advertencias y recriminaciones que el Señor hace cuando se adopta un estilo farisaico de vida.