DOS AMORES EN UNO
XXXI Domingo del tiempo ordinario – Ciclo B
El que teme a Dios, no es el que tiene “pánico” a Dios, sino aquel que le adora y le honra con las palabras, gestos, sentimientos, acciones y deseos. Es más: es aquel que “guarda todos los mandamientos, leyes y preceptos que manda” (Dt.6,2-6).
¿Tu vida, tu actuar, tu sentir, tu pensar, es conforme a la voluntad de Dios expresada en los mandamientos o es conforme a lo dice y hace el mundo?
Algo que podemos constatar con profunda tristeza, es que hay gente que prescinde de los mandamientos de Dios de manera ordinaria.
¿No será que Dios no esté reinando en esas personas?
¿Cuál es el fruto de vivir y promover los mandamientos de Dios? Según el autor del Deuteronomio, “se prolongarán tus días”. Serás bendecido, tu vida tendrá un nuevo y renovado sentido. El Señor es uno solo, no hay otro dios fuera de Él (cf.Is.45,5; Ef.4,4-6). La tarea del creyente será siempre adorarlo, alabarlo, bendecirlo, proclamarlo y servirlo; darle, el lugar que le corresponde. No le puedo reemplazar, no puedo ni debo, porque eso sería idolatría.
Al escriba del evangelio de hoy, Jesús le hace recordar la centralidad de su fe y de su actuar en el amor a Dios y en el amor al prójimo, dos amores en uno solo (Mc.12,28b-34).
Amar a Dios: “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. ¿Dios es el centro de mi vida? ¿Le amo de verdad? ¿Se nota en mi diario vivir que amo a Dios?
Amar al prójimo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Cuidado de caer en los extremos. Puedo decir que amo sólo a Dios, que soy un fiel cumplidor de mis rezos y oraciones, procesiones, jornadas, retiros espirituales, etc; pero mi corazón está lejos de la caridad fraterna con los demás, eso se llama hipocresía, o engaño. Si digo que amo a Dios y soy capaz de guardar rencor, odio, o soy prejuicioso, podemos preguntarnos: ¿a qué Dios estamos amando? Si digo que amo a Dios, que le adoro, que le alabo, pero promuevo el aborto, ¿a qué Dios estamos amando? Si sigo que amo a Dios, y voy a los brujos, chamanes, invoco a los espíritus malignos, hago actos contrarios a la Ley de Dios, ¿a qué Dios estamos amando?, etc.
Puedo decir que amo al prójimo, que soy muy caritativo, que ayudo a los pobres, que tengo el don de gentes, que soy capaz de ser desprendido hasta de mis cosas personales, etc; pero mi corazón está lejos de Dios, eso también se llama hipocresía o engaño. Si digo que amo al prójimo, y no me interesa saber de la celebración de la santa misa, ni tampoco orar a solas o en familia, o leer la palabra de Dios o confesarme, o bendecir la comida, etc; ¿a qué prójimo estoy amando? ¿Se me nota en mi diario vivir?
Amarle a Dios y amarle en el prójimo, “vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Dios debe ser siempre el centro de mi vida (amor a Dios), para que eso se “note” en mi diario vivir (amor al prójimo). Razón tenía San Vicente de Paúl cuando decía que: “no me basta amar a Dios si mi prójimo no le ama”.
Hay dos amores en uno solo. Ninguno de los dos debe estar separado.
Con mi bendición,