PADRE, UNO SOLO

En medio de este llamado de reforma eclesial que nos está haciendo el Papa Francisco, nos viene bien escuchar la Palabra de Dios de este domingo con un tono fuerte y claro para advertir y llamar la atención a quienes tenemos la responsabilidad de guiar y acompañar a la comunidad por los designios de la voluntad de Dios. ¡Tarea difícil! Pero, caeríamos en desgracia si pensásemos que esta misión depende exclusivamente de nosotros, de nuestras cualidades y nuestros subjetivos intentos. ¡No! Hoy más que nunca necesitamos dejarnos invadir por esta Palabra de Dios y asumir con seriedad y entereza esta hermosa vocación. Dios es quien hace maravillas en nosotros, solo él. El profeta Malaquías desafía la autoridad de los sacerdotes, pero lo hace debido a que han traicionado lo fundamental de su misión. No se puede aprovechar de la gente, de su dolor, de su vulnerabilidad, con lo religioso. Ya Jesús lo diría tiempo más tarde: “No hay nada oculto que no llegue a saberse”. Padre es solo uno, Dios, y eso es una gran verdad. Si nos llaman “padre” hoy a los sacerdotes es porque entienden que nuestra tarea es la de ser un reflejo de este único Padre que vela por nosotros. Jamás deberíamos pretender usurpar algo que no nos corresponde, pero sí estamos llamados a asumir con seriedad y responsabilidad nuestra misión en esta tierra. Sin duda, nuestro juicio será más severo, pues “a quien mucho se le dio, mucho se le exigirá”. Por eso, cuando el pastor o guía comprende el sentido de su vocación puede acompañar lo dicho hoy por Pablo en nombre de sus colaboradores a los tesalonicenses: “los tratamos con la misma ternura con la que una madre acaricia a sus hijos”. Esta es la invitación que les hace a los cristianos de Tesalónica para que comprendan cómo él y sus colaboradores en la misión no desmayaron en absoluto en compartir lo que la Palabra de Dios fue capaz de hacer en sus vidas. Cuando Pablo les escribe estaban pasando una situación de desesperanza y quiere que no olviden que no están solos y deben, más bien, fortalecer su esperanza, recordando su pasado. El evangelio que escucharemos presenta una dura intervención de Jesús sobre algunos aspectos de la vida del fariseo que revela una contradicción acerca de lo que profesa. Los fariseos no eran sacerdotes, eran personas del pueblo que entendían no solo la exigencia de la Ley para cumplir la voluntad de Dios, sino que se preocupaban de vivir en pureza ante los ojos de Dios y de los hombres recogiendo diversas tradiciones de sus antepasados recopilados en normas y leyes y que las cumplían cabalmente. Pero esto les llevó a mirar con malos ojos a todos aquellos que no asumían esta pureza, a los extranjeros y a los desdichados de esta vida. Puede que con respecto a lo primero fueran muy respetados por sus contemporáneos, pero ante el crecimiento en número de la comunidad de los cristianos, después del desastre del año 70 d.C., emprendieron una campaña de hostilidad frente a estos. ¿Cómo se puede servir a Dios y odiar a tu hermano? ¿Cómo puedes preocuparte de purezas y abluciones cuando no te preocupas de buscar la armonía y la convivencia pacífica? Las motivaciones empiezan a confundirse: ya no se busca ser ejemplo para otros sino se subraya la superioridad de unos con otros; ya no se busca exigirse más porque se alcanzó un estatus de “perfección” sino más bien se busca aumentar los pesos y las culpabilidades sobre el otro. El problema de fondo es que este fariseísmo ha entrado también en la comunidad cristiana de segunda generación y el evangelista cree oportuno advertir que esta actitud contradice la fe del evangelio.

Hoy te pido que reces por tus pastores, tus sacerdotes, tus padres; no merecemos que nos llamen así, es verdad, porque solo uno es Padre, Sacerdote y Pastor; pero Dios se ha dignado llamarnos para ser mediadores de su gracia. Ayúdanos a ayudar; Ora para que podamos orar; ámennos para que podamos amar.

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