Queridos amigos.
¡Ámenme!, dice Dios! ¡Y ámense y amen a sus prójimos como a sí mismos! En esencia esto es y a esto apuntan los dos más grandes mandamientos de la Ley de Dios, tal como nos lo asegura Jesús en el evangelio de Marcos (12, 28b-34). ¡¿Se lo imaginan, amigos?! Dios pidiéndonos que le amemos, obligándonos a que le amemos. ¡Qué insondable misterio y qué maravilloso designio, al mismo tiempo!
Visto con ojos de moralista, el inmenso amor que Dios nos da y nos pide, corre el peligro de ser desvirtuado y de ser convertido en un mandamiento, que en sí es bello, pero que nosotros lo reducimos a hacer o dejar de hacer unas cuantas cosas. Por favor, el amor de Dios es infinitamente más grande que eso y, sobre todo, es personal, es decir, busca la unión entre personas, que lo amemos a El como Persona, con pasión y por encima de las cosas mandadas… Estas las cumpliremos si de verdad le amamos a El con todo el alma.
Son muchas las cosas que podríamos decir en relación con estos mandamientos. Pero una sola es la más importante y decisiva: nos hablan de amor, del amor de Dios y a Dios, que es la fuente y la cumbre del amor hermoso y verdadero. Y que es parte esencial del misterio de Dios, que se define como amor (1 Jn 4,16), y parte integral de su designio o proyecto en relación con el hombre, que lo ha hecho para amar y cuyo corazón estará inquieto hasta que descanse en Dios, como lo sentía y confesaba San Agustín. ¡Cuán tarde te empecé a amar, Dios mío! Para acentuar lo que estoy diciendo transcribo un par de párrafos de documentos de la Iglesia.
“Padre Dios… has dignificado tanto al hombre, creado en tu bondad, que en la unión del hombre y de la mujer has dejado la imagen de tu propio amor, y al que has creado por amor y le has llamado a amar, le concedes participar en tu amor eterno. De modo que el sacramento del matrimonio, signo de tu amor, consagra el amor de los hombres, por Jesucristo nuestro Señor”. (Prefacio de la Misa de Matrimonio
“Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o por una gran idea, sino por el encuentro con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida, y, con ello, una orientación decisiva… Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (1 Jn 4, 10), nuestro amor a El ya no es sólo un “mandamiento” (Amoris laetitia, nn. 1 y 2, del Papa Francisco, 2016)