El relato de la curación del ciego de Jericó, Bartimeo, resalta la bondad y la compasión de Jesús que se interesa por un ciego, lo llama, lo cura y lo salva. Ante el grito desesperado del ciego, un mendigo marginado al borde del camino, el Señor, lleno de misericordia y ternura, se detiene y se preocupa por él. Llama la atención la humildad, sinceridad y confianza del ciego. Sin fe el Señor no puede realizar ningún signo pero cuando ve la fuerza expresiva de sus palabras, la necesidad que siente, y la esperanza en su salvación, el Señor se enternece y se apresta a darle la vista.
Tal vez nos resulte difícil identificarnos con la enfermedad de Bartimeo. Tenemos vista y podemos apreciar la belleza de la naturaleza. No necesitamos que el Señor nos alivie de esta enfermedad. Pero, sin embargo, ¿no estamos ciegos ante otras situaciones que nos impiden ver en profundidad nuestra propia realidad, la de las personas y el mundo que nos rodea? Estamos ciegos para superar el rencor y la envidia que afloran en nuestras vidas; ciegos para analizar con serenidad nuestros defectos y virtudes, aceptarnos y crecer; ciegos por falta de ternura y compasión que nos impide descubrir las necesidades de los demás; ciegos en nuestras relaciones interpersonales, en el ámbito conyugal y familiar que nos hace perder el sentido del diálogo, de la aceptación y de la confianza; ciegos para ver la presencia, bondad y grandeza del Señor que nos sostiene y protege…
Pasar de la ceguera a la luz presupone una transformación interior, un cambio de actitud y purificación, un estado de alerta permanente en nuestra vida. Este mes de octubre de advocación al Señor de los Milagros y de penitencia puede ser un buen punto de partida para ese encuentro personal con el Señor de la Luz.
La actitud del ciego Bartimeo sentado junto al camino, que un día se transforma y se convierte en seguidor del Señor, es un ejemplo para todos nosotros. Ceguera inicial, encuentro con la luz y compromiso de adhesión al Señor. El hombre que actúa así se transforma y el Espíritu del Señor lo envuelve de tal manera que nada le impide permanecer junto a ÉL.