El evangelio de hoy (Mt 22, 34-40) nos habla de la supremacía del amor. A Jesús le han preguntado sobre cuál de los 613 mandamientos que la Ley judía tenía, era el más importante. Su respuesta es inmediata, como si la hubiera estado esperando, y va más allá de lo que le preguntan. Lo primero y principal, dice Jesús, es amar a Dios sobre todas las cosas (Deut 2, 4+). Lo segundo -que no se lo pidieron, pero que Jesús se sintió en la necesidad de añadir-, es semejante e inseparable del primero y consiste en amar al prójimo como este se ama a sí mismo (Lev 19,18). Acentuar la semejanza y la conexión entre los dos mandamientos, fue la gran novedad de la enseñanza de Jesús, pues 1, puso de relieve la importancia del prójimo; 2, mandó amarlo como parte integrante del amor a Dios; y 3, conectó los tres mandamientos -(a Dios, al prójimo, a sí mismo)- en uno solo.
Jesús completa su enseñanza diciendo que este gran mandamiento del amor, su cumplimiento, encierra la perfección completa, cuanto enseñan la Ley y los Profetas (Mt 7,12). Es el vínculo de la perfección (Col 3,14). El amor es lo máximo que Dios da y espera del prójimo, pues Dios es amor (1 Jn 4,8). Esto implica que el amor debe ser la razón de ser y el motivo de cuanto hagamos y del servicio que demos a Dios, al prójimo o a nosotros mismos. No es solo cuestión de hacer o hacernos cosas buenas sino de poner y dar amor en cuanto hacemos. Nada hay más perfecto que el amor, nos dice San Pablo en su himno al amor (1 Cor 13). Saquemos de aquí dos importantes enseñanzas prácticas
***En lo que hacemos lo que cuenta es el amor con que lo hacemos. A los ojos de Dios -y así debiera ser a nuestros ojos- lo más importante que hacemos por Él, no se mide por la cantidad o el tamaño de las cosas que hacemos ni por el precio de lo que damos ni…, se mide -y Dios lo acoge- por la calidad del amor que ponemos en el servicio. Hemos de hacer las cosas no tanto por verlas bien hechas cuanto por hacerlas con amor, decía San Vicente de Paul.
***No se puede amar a Dios a quien no se ve, si no amas al prójimo, a quien sí ves. (1 Jn 4,20). La interconexión que Jesús hace de los tres mandamientos hace también que Dios mire como hecho (o no hecho) a Él, lo que hacemos (o dejamos de hacer) al prójimo o a ti mismo. Así como el Gran Mandamiento es uno solo, la vida es una sola, y en ella se interrelacionan Dios y el hombre. No se puede amar a Dios sin amar al prójimo y viceversa. No hay lugares ni tiempos, en los que sólo esté Dios o sólo esté el hombre: siempre están juntos y lo que hacemos a uno se lo hacemos al otro.