DE LO MARGINAL A LO CENTRAL
Quizá no estemos los cristianos llamados a ser el centro de atención del mundo, pero sí corresponde a nuestra vocación ayudar a que la humanidad centre su rumbo en Cristo Jesús. La gente no debe seguirnos a nosotros sino a Cristo, él es el modelo de humanidad que requiere este mundo.
Isaías profetiza a Israel que debe aprender de la experiencia de fe de los pueblos fronterizos, aquellos de quienes se creía estaban imbuidos en el paganismo, pero que de pronto se convirtieron en los testigos de una gran luz, la luz de la salvación. Israel debe aprender a valorar que el reconocimiento de su Dios depende mucho de cómo valora las experiencias que vive. Quizá muchos judíos pensaban que porque estaban cerca de Jerusalén podían ser merecedores de la salvación despreciando a sus hermanos que vivían en las zonas más alejadas. La profecía apunta a esos pueblos que han sabido descubrir la luz y son capaces de aceptar la esperanza de Israel, el niño que ha nacido para ser el verdadero rey sumiso a la voluntad de Dios. Muchas veces perdemos el gozo de sabernos amados por Dios y nuestra religión se convierte en monótona, guiada solo por el derrotero de un mero cumplimiento. En cambio, cuando hay un cambio extraordinario, cuando se experimenta la alegría de ser perdonado y de que se nos ofrece una nueva oportunidad, la fe se manifiesta de otra forma, siempre revitalizada, esperanzadora y comprometedora.
El Salmo 27 (26) es un cántico de confianza y súplica estructurado en tres partes. Tiene como eje central el profundo deseo de vivir por siempre en el santuario de Dios contemplando el rostro de Dios. Sabe que puede venir dificultades, pero su confianza le sostiene y exhorta a la esperanza confiada en el Señor.
Pablo, en la segunda lectura, se entera por los informantes de Cloe de que la comunidad de Corinto ha caído en el divisionismo: los corintios han perdido el horizonte del evangelio pues se han apartado de la unidad de la fe y han creado grupos de conveniencia. Quizá el problema no sean los líderes – Pablo y Apolo, sobre todo -, sino quienes intentaron agruparse en torno a estas figuras. Surge también entonces lo marginal como elemento fundante, y que en definitiva es la preocupación de Pablo: no se debe poner tanta atención a los predicadores, ni a la sabia elocuencia de las palabras, sino a cifrar la esperanza en un crucificado, Jesús, escándalo para los judíos y necedad para los griegos. Esto será llamado por la tradición bíblica como la “locura de la cruz”.
En sintonía con esto, el evangelista Mateo ubica a Jesús en un pueblo de frontera, Cafarnaúm. Para los evangelistas, todo empieza en Galilea, la lejana región cercana a los pueblos paganos, siempre rebelde ante los romanos, siempre conflictiva pues su historia la ha contrapuesto siempre a Judea. El evangelista Mateo se anima a releer la profecía de Isaías y la aplica al comienzo de la misión de Jesús en Galilea. Allí Jesús empieza su predicación exhortando a una conversión inmediata porque el Reino de los cielos está cerca. La lucha escatológica se hace latente desde el primer momento del ministerio de Jesús. Él viene a traer el Reino de los cielos a la tierra donde el ser humano se halla esclavizado por las fuerzas del mal y esto se ve retratado por los enfermos, los endemoniados y sobre todo simbolizado en las aguas del Mar de Galilea. Estas aguas turbulentas se convierten en las garras del mal que tienen apresados a los que quieren aceptar la salvación de Dios. Jesús sabe que su misión no termina con su sacrificio redentor, sino que debe continuar con la predicación de sus seguidores, por eso decide llamar y convocar pronto a sus discípulos. Y los primeros llamados serán estos hermanos pescadores a quienes se les revela prontamente la misión escatológica: dejar todo para “pescar hombres”, dedicarse en cuerpo y alma a rescatar hombres y mujeres para Dios del poder del mal.
Dios se manifiesta desde los ambientes que menos esperamos y de una forma poco habitual, desde lo marginal. No es necesario estar siempre al centro, movámonos más por lo marginal para así reconducir todo en quien es el verdadero centro de la vida de los hombres: Cristo. Esta es una gran tarea, por eso si te cansas o te desanimas o tienes temor de “descentrarte” recuerda al salmista: “espera en el Señor, ten ánimo, espera en el Señor”.