El evangelio de hoy (Mt 4,12-23) presenta a Jesús como misionero y nos invita a ser con Él y como Él “pescadores de hombres”. Silenciado Juan el Bautista, Jesús se había dedicado a misionar con tanto ardor y éxito que los jefes judíos ya lo tenían fichado. Por ello y midiendo el peligro, decidió dejar Judea e irse a Galilea. A su pueblo de Nazareth, para visitar a su madre María y para dar a su gente la primicia de quién realmente era Él. Lo que aquí pasó lo cuenta Lucas con lujo de detalles (Lc 4, 14-30). Éxito o fracaso, lo cierto es que, dejando Nazareth, Jesús se fue a Cafarnaún, junto al mar de Galilea, para que se cumpliese la Escritura (Is 8,23-9,1) y para hacer de esta ciudad cosmopolita y pagana su centro de operaciones en Galilea.
El hecho de haber escogido a Cafarnaún como su segunda ciudad, al mismo tiempo que como campo y centro de operaciones, nos dice que Jesús se había propuesto un Plan Misionero bien definido. Junto con tomar al toro por las astas, los otros puntos del Plan incluían: 1. Fijar el objetivo de su misión; 2. Recorrer toda Galilea enseñando en las sinagogas; y 3. Escoger y preparar los discípulos, que habrían de ayudarle y reemplazarle cuando Él ya no estuviese. Son las líneas maestras del Plan de Jesús (y nuestro), cuyos detalles los evangelistas irán exponiendo a lo largo de sus evangelios.
Ante todo y para no perdernos diciendo y haciendo un montón de cosas, tenemos que fijar el objetivo de nuestro trabajo misionero. Para Jesús la cosa era clara: proclamar el evangelio del Reino de Dios. Lo habían anunciado los profetas y era el sueño del pueblo, que se haría realidad cuando apareciese el Mesías. Los dichos y hechos de Jesús, en especial los milagros, tuvieron como único propósito hacer ver que el Reino de Dios ya había llegado con Él (Mt 11, 3-6). Para nosotros y puesto que Jesús es el Reino de Dios, el objetivo de nuestra predicación debe ser Jesús. El es nuestro evangelio, el kerigma, que se centra en la persona de Jesús, en su muerte redentora y en su resurrección salvadora. El resto de las cosas es sólo como la cereza en la torta
Personalmente lo que más me fascina del Plan Misionero de Jesús es su búsqueda de agentes que le ayuden. Él y la Misión necesitan de ellos y los llama directamente: vengan, síganme… En su Plan entra contar con discípulos, que estén con Él (identificándose con Él) y formen una comunidad (iglesia), que sea el brazo de la inserción del Reino de Dios en el mundo (Mc 3, 14-15). Es lo que, aleccionados por Jesús, hicieron luego los apóstoles, en especial Pablo, que terminaban toda predicación consiguiendo agentes pastorales y formando comunidades (iglesias), que hacían crecer y fortalecer el tejido de la Iglesia.