Queridos hermanos, Aleluya, Aleluya. Por si nos hemos olvidado, estamos en Pascua, y nuestra vida debe trasmitir esa alegría pascual, no la cara de una eterna cuaresma, así matamos todo lo construido por el Señor que nos hecho renacer del agua y del Espíritu. No estamos fuera del gozo pascual, vivimos por el Señor, porque él ha deseado compartir con nosotros el misterio de nuestra propia salvación.
El evangelio de este domingo pascual tiene un final muy apropiado para aplicarlo a nuestra vida misma: “Ustedes son testigos de esto”. Sin duda creo que la verdad sobre este hermoso misterio no puede ser entendida si no miramos primero el sentido comunitario de nuestra fe y de nuestra llamada a la santidad. Porque solo dentro de la comunidad podemos afianzar nuestros lazos de fe y emprender el camino comunitario de la santidad, una santidad que debemos llevarla a cabo entre todos. Nuestra salvación es tarea de todos.
La pregunta que me hago y les transmito es ¿de qué somos testigos? En nuestro tiempo somos testigos de muchas guerras, de falta de fe, de injusticias, de la gran inclinación al mal, la corrupción madre de los vicios modernos y de aquellos que solo se engañan a sí mismos, robando y perjudicando al hermano. Solo mirar esto no desanimaría, y nos traería abajo toda nuestra esperanza. Pero no todo es así, en medio de esta realidad, nosotros que somos testigos de la resurrección, somos los encargados de trasmitir lo que hemos oído y celebrado. Un auténtico cristiano que se ha preparado a conciencia y ha celebrado con sentido de religiosidad toda la Semana Santa es el testigo cualificado del misterio pascual.
Hermanos, no tenemos que hacer grandes cosas para ser un verdadero testigo del Señor, lo que sí debemos cuidar y valorar es nuestra coherencia de vida. Recordar cómo las primeras comunidades cristianas se reunían entorno a la mesa para compartir el pan de la unidad. Es en ese sentido la Eucaristía el lugar del encuentro, el lugar donde celebramos la vida que ha vencido a la muerte; dentro ella la fe comunitaria es celebrada, vivida y trasmitida a todos los hermanos que, en el camino del nuevo Emaús, salen a nuestro encuentro.
Seamos testigos de la esperanza, testigos de la verdad, testigos de la caridad, testigos del amor, testigos de la misericordia, testigos de la Pascua. Que no nos dejemos robar la ilusión de que podemos comenzar a cambiar el mundo con gestos sencillos y con testimonios que edifiquen, que digan de la comunidad: mira cómo se quieren, miren cómo son testigos del mensaje del Resucitado.
Que esta semana nuestro mayor reto sea ser testigos del verdadero milagro que el Señor ha hecho de nuestras vidas. Aleluya, Aleluya.