SERVIR Y NO SER SERVIDO, UNA GRAN TAREA DE AMOR
Hay mucha gente que, en algún momento de su vida, o de manera permanente, recibe un encargo, una misión, para hacer algo por y para los demás. Es un “poder” que se recibe para mirar el bien de los demás y de cada uno en particular.
El objetivo siempre es claro, aunque pareciera redundante: buscar el bien de los demás, sirviendo desde un encargo o desde un “poder”. Cada uno ha recibido un encargo, y este está llamado a dar fruto y que sea abundante, sin ocultarlo o sin trabajarlo (cf.Mt.25,14-30).
Cuando ese servicio se hace de forma desinteresada, o con una entrega generosa, y con mucha fe, dice Isaías: “Triunfará el plan del Señor” (Is.53,10-11). Cuán grande es este reto: servir es dar vida, es ser luz en medio de tantas tinieblas, no es aprovecharse de la buena fe y de la buena intención de los demás.
Hoy hay mucha gente que necesita una palabra de consuelo, de amor y de esperanza. El mundo necesita servidores capaces de estremecerse hasta las entrañas, y no ser indiferentes al sufrimiento humano.
El servidor por excelencia, sabemos que es Jesús. La carta a los hebreos nos exhorta para que nos acerquemos, no de cualquier manera, sino “con seguridad al trono de la gracia” (Hb.4, 14-16). El objetivo es claro: “encontrar gracia que nos auxilie oportunamente”. Para esto necesitamos tener fe. El creyente sabe que se puede aferrar al Señor, para que su servicio tenga una mayor y renovada consistencia.
Todos somos testigos que en el mundo en el que vivimos, mucha gente, aprovechando de sus “cargos” o de “su poder” que ha recibido, no lo ejerce con la humildad que se requiere. Se busca figurar, otros que les reconozcan todo lo que hace por los demás. Una vez tres señoras vinieron, con mucho entusiasmo, a la oficina parroquial a hablar con su párroco, este los escuchó con atención. El discurso fue el siguiente: “Padre, le queremos contar una alegría. Esa alegría es que anoche fuimos a rezar por un enfermito, y gracias a nosotras ese enfermo se sanó”. El párroco, con mucha delicadeza les contestó: “ustedes no son Dios para otorgar salvación o para otorgar salud, ese trabajo lo hace Dios que presta sus manos y su corazón para que sus hijos le den gloria. No señoras, están muy equivocadas, pidan perdón a Dios porque Él les llamó a servir con los dones que les ha dado. Dios se lleva el aplauso y no ustedes”.
Vemos, hoy en el evangelio, que los hijos de Zebedeo piden, a Jesús, los primeros puestos: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda” (Mc.10,35-45). ¿No será esa tu actitud o la de todos? Recibiste un encargo, una misión, ¿lo aprovechas bien para servir de verdad? ¿No será que aprovechas de tu “poder” para manipular a los demás y hacerles sentir mal?
Jesús advierte que hay líderes, que, recibiendo un poder, no se preocupan por servir, sólo se preocupan por ser tiranos, y opresores: “saben que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen”. Hoy hay mucha gente, que en el mundo hace eso: es tirano y opresor, se aprovecha incluso de los sentimientos de los demás, manipula su conciencia y su salud, eso clama al cielo. Esas personas sólo buscan su beneficio, no buscan servir, buscan manipular, destruir, dividir y controlar, no importando las consecuencias de su actuar o proceder, cuidado. Para eso Jesús, propone: “el que quiera ser grande, sea su servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. El modelo lo tenemos en el mismo Jesús: sirve, da la vida por todos, no busca alardear, anima a otros a servir, se preocupa de los que están tirados, se estremece hasta las entrañas por el dolor del otro, tiene buenas y sanas intenciones, etc.
Servir y no ser servido, es una gran tarea de amor.
¿Te animas a servir buscando la gloria de Dios con el servicio y no tu gloria personal?
Dios nos conceda esta gracia.
Con mi bendición.