DIOS TIENE UN LUGAR ESPECIAL

Alguna vez te has preguntado y nos hemos preguntado: ¿qué lugar ocupa Dios en nuestra vida? ¿Le doy un sitio importante en la casa que es mi propia vida? ¿Hago que otros tomen conciencia de esta gran verdad?

En medio de un llamado que Dios le hace a Ciro le recuerda lo siguiente: “Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay dios” (Is.45,1.4-6). Qué bueno sería siempre pedirle a Dios que sea el que dirija nuestra vida, el que dirija la vida de los demás, el que pueda estar siempre aún en aquellos que le quieran dar la espalda.

Cuando tenemos una apertura constante a su gracia, Dios siempre hará su trabajo en nosotros: “estoy tocando a la puerta y llamo, si alguien me abre entraré en su casa” (Apoc.3,20); “les daré un corazón nuevo y les infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de ustedes el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (Ez.36,26).

Dios siempre elige a cada uno de sus hijos para que podamos responderle con generosidad, para proclamar su amor, para proclamar su palabra, su salvación a todos: “Bien sabemos que él los ha elegido” (1Tes.1,1-5b). Esta predicación no sólo tiene que ser de palabra sino con “la fuerza del Espíritu Santo” para que dé “fruto abundante”.

Abiertos a la gracia, para proclamar su amor, es un reto. Necesariamente todo esto dará frutos para glorificar a Dios con nuestras buenas acciones.

Esto será posible en la medida que Jesús ocupe siempre el primer lugar en toda obra de evangelización. Jesús tiene que ser el “mismo ayer, hoy y siempre”.

Una persona de fe no debe estar exenta de las realidades temporales que vive cada día: pago de impuestos, de servicios básicos, le economía, la política, obligaciones electorales, etc. Es más, la Iglesia habla de iluminar las realidades temporales desde la mirada de Dios, desde su palabra. Por eso tiene razón Jesús, cuando luego de escuchar a los fariseos que le quisieron hacer caer en una trampa, para desentenderse de este mundo, termina él con una especie de sentencia: “Pues denle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt.22,15-21).

Dios debe tener siempre un lugar muy especial en nuestra vida. No hagamos que Él ocupe el último lugar.

Que podamos decir, por ejemplo, con San Pablo: “Para mí vivir es Cristo” (Filp.1,21); o con San Vicente: “Dios es mi Padre, mi Madre y mi TODO”.

Dios tiene siempre un lugar especial en nuestra vida ¿Verdad?

Con mi bendición.

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