Queridos amigos
“Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Sin duda esta corta frase la habremos oído muchas veces y hasta usado, algunas. La dice Jesús en el evangelio de hoy (Mt 22,15-21), para poner punto final a la discusión con la que sus enemigos quieren sorprenderlo. Y, lo que es aún mucho más importante, para dejar sentado el principio de solución de las relaciones entre el poder humano-político y el poder divino-religioso; entre el Estado y la Iglesia, como solemos decir hoy, y que por no tenerlo en cuenta, ha sido –y sigue siendo- , motivo de malentendidos, fricciones y violencias entre los gobiernos y las iglesias. El dicho de Jesús dejó sentadas también las bases de lo que sería y es hoy la Doctrina Social y Política de la Iglesia
Veamos por separado “lo que es del César” y “lo que es de Dios”. 1º. “es del César” (palabra que aquí significa orden y poder humano), cuanto el hombre, de modo legítimo y organizado, hace y se da para su desarrollo en todos los aspectos (social, cultural, político, laboral, económico, etc). En todo esto el hombre es autónomo, y, para su bien o para su mal, debe regirse por las leyes que ellos mismos se hacen. Tal es el Plan de Dios, quien quiso dejar la tierra al hombre (sal 115, 16), única criatura a la que ha amado por sí misma (LG 24). Los problemas surgen cuando el hombre, olvidando que el César (el gobierno) es tal porque Dios así lo ha querido, se cree señor y dueño del universo y suplanta a Dios. 2º. “es de Dios” (Trinidad), todo lo creado, incluido el César; a quien confió el mundo para que lo gobierne y mejore.
En su generoso Plan para con “el César”, Dios mantiene siempre su providencia ordinaria sobre el mundo, –extraordinaria a veces, como cuando envió a su Hijo en Jesús. Y espera que “el César” reconozca a su creador, sea dando leyes que se ajusten a la Ley Natural y tengan en cuenta el Bien Común, sea respetando positivamente “lo que es de Dios”, que se concreta en lo que llamamos religión y libertad religiosa. Lamentablemente las cosas no siempre resultan como debieran, por causa de los malentendidos y ambiciones del César y, a veces, de las iglesias.
Dada la separación Iglesia-Estado, las posiciones principales del César (de gobiernos y sectores sociales secularizados) para con la Iglesia, son: 1. la de los beligerantemente contrarios, que buscan su desaparición; 2. la de los aparentemente tolerantes y neutrales, pero que hacen muy difícil vivir y expresarse como creyentes; y 3. la de los que respetan a los creyentes, pues son también ciudadanos, y apoyan condiciones de vida que facilitan su fe y su modo de vida, que los cristianos hemos de saber siempre exponer (1 Pe 3,15)