El afán del poder, del prestigio, de la riqueza, incluso sin importar los medios, son actitudes arraigadas permanentemente en el corazón del hombre. No es de extrañar, por lo tanto, que los discípulos del Señor, todavía no impregnados profundamente de la mística del Maestro, intentaran también aspirar a lo mismo. Santiago y Juan, al solicitar un puesto especial al lado de Jesús, buscan los intereses personales por encima del bien del grupo y no se dan cuenta que la opción por Jesús y el seguimiento radical que conlleva no supone ningún privilegio sino generosidad en el servicio, disponibilidad para las tareas asignadas y ternura y sensibilidad de corazón para acercarse a las personas, especialmente a las más necesitadas.
Jesús, al responder el atrevimiento de los discípulos, insiste en que los primeros puestos en el Reino que Él inaugura, se consiguen pasando por la cruz: el que aspire a los primeros puestos debe ponerse al servicio de los hermanos porque no se hace por pura complacencia y gloria personal sino por amor. Evidentemente en toda comunidad y grupo debe existir el mando. El Señor no rechaza esta posibilidad sino que trata de darle el verdadero sentido: humildad, tolerancia y autenticidad en las formas y compromiso y espíritu de servicio en el fondo.
A la luz de este ejemplo maravilloso del Señor debemos entender que lo que nos enriquece de verdad no es la riqueza, el prestigio, la codicia, sino el amor desinteresado basado en la humildad que no busca nada temporal sino el gusto y la grandeza del deber cumplido desde el seguimientos del Señor. Este amor sincero, generoso, sencillo es el que nos engrandece a los ojos de Dios, el que Dios acepta, el que de verdad nos santifica y renueva el mundo.
Todos tenemos de alguna manera parcelas de poder en la familia, en nuestro trabajo, en nuestras comunidades vecinales o grupos. Purifiquemos nuestras intenciones. Entendamos que estamos para servir a los demás, para beneficiar al grupo y no para satisfacer nuestros propios intereses personales. De esta manera creceremos en nuestras propias relaciones, conseguiremos mayor confianza grupal y no estaremos recelosos ante el poder de los demás.