CELEBRAR LA VIDA ETERNA
Una vez, visité a un enfermo grave, que había pedido la unción de los enfermos. Al tocar la puerta de esa casa, esta persona vio que llevaba el Santísimo. Del fondo de su corazón y con una profunda fe el enfermo exclamó: “Padre, esto es lo que estaba esperando”. Luego me enteré de que al día siguiente falleció.
¿Cómo será el cielo? ¿Qué habrá allá? ¿Nos da miedo ir al cielo o nos da gozo y esperanza? Isaías puede ayudarnos a reflexionar en estas y otras inquietudes parecidas: “…el Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos…un festín de manjares suculentos” (Is.25,6-10). El cielo es fiesta, es gozar de la plena alegría de un Dios que se da por entero a todos, que regala su amor y su salvación a todos. Es un banquete de fiesta grande. Quizás nos asuste el tema de que en algún momento ya no estemos en este mundo. ¿Cuántas lágrimas derramadas en este mundo, en nuestra vida, en mi familia, en mi entorno? ¿Sabes que Dios quiere secar esas lágrimas?: “El Señor Dios secará las lágrimas de todos los rostros” dice el profeta de la esperanza. ¿Cuál será la motivación de todo esto?: “La mano del Señor se posará sobre este monte”. Lo triste en nuestra vida es estar sin Dios, caminar sin Dios, vivir sin Dios y morir sin Dios.
¿Quiero recobrar la esperanza? Dios es nuestro pastor, que nada nos falta, dice el Salmo 23 hoy. Es el que quiere habitar en nosotros para siempre, y desea ungir nuestra cabeza con el perfume de la paz y de la esperanza. Asumamos el reto de: estar con Dios, caminar con Dios, vivir con Dios, para llegar un día a morir con Dios. Si yo creo en Dios que viene a ofrecerme su salvación, una vida plena más allá de esta vida, mi vida deja de tener sentido.
Al aferrarnos al Señor, él repara nuestras fuerzas (cf.Sal.22).
San Pablo, un hombre de profunda fe, expresa cómo es su relación con el Señor cuando dice: “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Filp.4,12-14.19-20). Nuestra vida siempre tendrá sentido cuando nos acerquemos a Dios mismo, nos dejemos transformar por su gracia y caminemos siempre por los caminos del Señor. Mis lágrimas se convertirán en consuelo y esperanza, porque Dios me conforta, porque me acerco a Él.
El evangelio de hoy domingo (Mt.22,1-14) nos presenta una parábola de un rey que celebra la boda de su hijo. Esta, tiene como auditorio a “los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo”. Los que son invitados a la boda no quieren ir, ponen muchas excusas, es más: matan a los criados que van a hacerle recordar de esta invitación. Llama la atención cuando el rey dice que: “los invitados no se la merecían”. Dios invita a todos a estar junto a él, a experimentar su salvación, a convertirnos, a participar de cada sacramento, a vivir conforme a su voluntad, etc., pero no todos aceptan esa invitación. ¿Cuántos de nosotros, con nuestras actitudes, rechazamos la invitación de Dios a estar junto a Él y a obrar conforme a su voluntad? ¿Me puedo resistir todo el tiempo al amor salvador de Dios?
Un personaje de esta parábola, llama la atención. Es aquel que “no llevaba el traje de fiesta”. ¿Cuántos de nosotros no queremos ponernos el traje de la gracia? ¿Quiero ponerme el traje de la paz, de la verdad, de la sinceridad y de las buenas intenciones? ¿Vengo de verdad a estar con Jesús? Él nos ofrece su salvación, nos ofrece vida eterna, nos ofrece bendición. ¿La rechazo o la acepto?
Celebremos juntos la vida eterna, la salvación que se nos ofrece de manera gratuita cada día. Y pidámosle a Dios, por qué no, la gracia de que nos prepare para cuando llegue el momento de gozar de su eterna fiesta en el cielo. Aquel enfermito supo que su tiempo llegó por eso dijo: “esto es lo que estaba esperando”. Es bueno mantener viva la esperanza en un Dios que nos ofrece siempre su salvación. Acojamos y vivamos esa salvación con humilde fe, en el aquí y ahora de nuestra historia. Amén.
Con mi bendición.