Celebrar la Vida Eterna
Una vez visité a un enfermo grave, que había pedido la unción de los enfermos. Al tocar la puerta de esa casa, esta persona vio que traía el Santísimo también, del fondo de su corazón y con una profunda fe exclamó: “Padre, esto es lo que estaba esperando”. Luego me enteré de que al día siguiente falleció.
¿Cómo será el cielo?, ¿qué habrá allá? Isaías puede ayudarnos a meditar: “…el Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos…un festín de manjares suculentos” (Is.25,6-10). El cielo es fiesta, es gozar de la plena alegría de un Dios que se da por entero a todos, que regala su amor y su salvación a todos. Es gozar del mismo amor plenamente, de una “eterna visión de Dios”, lo dirán muchos santos.
¿Cuántas lágrimas derramadas en este mundo, en nuestra vida, en mi familia, en mi entorno, en mi comunidad, en mi trabajo? ¿Sabes que Dios quiere secar esas lágrimas?: “El Señor Dios secará las lágrimas de todos los rostros”. ¿Cuál será la motivación de todo esto?: “La mano del Señor se posará sobre este monte”. Dejemos que Dios recoja nuestras lágrimas en un odre nuevo. Él desea recoger esas lágrimas, las tuyas, las mías y las de todos.
Al aferrarnos al Señor, él repara nuestras fuerzas (cf.Sal.22).
San Pablo, un hombre de profunda fe, expresa cómo es su relación con el Señor cuando dice: “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Filp.4,12-14.19-20). Nuestra vida siempre tendrá sentido cuando nos acerquemos a Dios mismo, nos dejemos transformar por su gracia y caminemos siempre por los caminos del Señor.
El evangelio de hoy domingo (Mt.22,1-14) nos presenta una parábola de un rey que celebra la boda de su hijo. Esta, tiene como auditorio a “los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo”. Los que son invitados a la boda no quieren ir, ponen muchas excusas, es más: matan a los criados que van a hacerle recordar de esta invitación. Llama la atención cuando el rey dice que: “los invitados no se la merecían”. Dios invita a todos a estar junto a él, a experimentar su salvación, a convertirnos, etc., pero no todos aceptan esa invitación. ¿Cuántos de nosotros, con nuestras actitudes, rechazamos la invitación de Dios?
Un personaje de esta parábola es aquel que “no llevaba el traje de fiesta”. ¿Cuántos de nosotros nos ponemos el traje de la gracia? ¿Vengo de verdad a estar con Jesús? Él nos ofrece su salvación, nos ofrece vida eterna, nos ofrece bendición, ¿estoy dispuesto-a a aceptarla?
Celebremos juntos la vida eterna, la salvación que se nos ofrece de manera gratuita. Aquel enfermito supo que su tiempo llegó por eso dijo: “esto es lo que estaba esperando”. Es bueno mantener viva la esperanza en un Dios que nos ofrece siempre su salvación.
Con mi bendición.