Queridos amigos
En tiempos de Jesús, una boda era socialmente lo máximo. Tanto que para imaginar cómo era el cielo lo comparaban con una gran boda. Es lo que hizo Jesús al comparar el Reino de Dios con las bodas del hijo de un rey (Mt 22, 1-14). En parábola, Jesús nos dice que el Padre Dios envió su Hijo a este mundo como el Mesías prometido, Jesucristo, el novio de Israel (Lc 5,34). Y que para que lo recibiesen envió a Israel jueces y profetas, que, a lo largo de su historia, fueron preparando su llegada. Lamentablemente, Israel no hizo caso. Así que cuando llegó lo ignoraron y no lo recibieron, autoexcluyéndose del Reino de Dios (el Banquete). Sólo unos pocos (los apóstoles y discípulos) le fueron leales y lo acogieron. Y salieron a invitar y ganar para Jesús y su causa a los no-pueblo-de-Israel.
En relación con los no judíos, “los malos y desarrapados” entre comillas, hubo uno -¡sólo uno!- , a quien el rey mandó sacar de malas maneras por haberse colado sin el vestido de fiesta, que sin duda y como era la costumbre, le ofrecieron a la entrada, pero que él no quiso ponérselo. Para nosotros, Jesús no sólo es ese Hijo a quien su Padre Dios prepara un gran banquete de bodas. Él, el Banquete mismo, que se nos da en comida: el banquete eucarístico, decimos desde siempre. Jesús eucaristía, que se entrega como Pan de Vida para la salvación del mundo. Y que realiza el Plan de Dios para la salvación de todos.
Como Misa, como comunión y como adoración, la Eucaristía es el Banquete al que nos invita personalmente el Padre Dios. ¿Y no les parece que, en relación con la eucaristía, hacemos nosotros lo que hicieron aquellos malos invitados? ¿Que se repite en nosotros lo que nos cuenta la parábola del banquete? Se repite y de modo escandaloso. A mí siempre me llamó la atención el hecho de que excusas tan serias y grandes como las que dieron los invitados que menciona Lucas (Lc 14, 18-20), no fueron suficientes para Jesús y los castigó. Léanlas, por favor, y comparen con nuestras pequeñas disculpas.
¡Y pensar que nuestro banquete eucarístico es infinitamente superior que el banquete del señor de la parábola. ¡¿Qué dirá Dios de nuestras excusas para no ir a misa?! ¿¡Qué, de nuestras tardanzas y/o de nuestras salidas sin terminar la santa misa!? ¿¡Y qué, de no ir a comulgar…!? Por otra parte, debe serle terriblemente penoso ver a algunos que van a comulgar sin “vestido de fiesta”, es decir “sin la gracia de Dios”, que se les ofrece mediante la confesión y/o regularizando antes su situación relacional (de pareja).