Queridos amigos

Al decir de Jesús (Mc 10, 17-30), hay dos caminos para llegar al cielo. Uno, el común y elemental, pasa por cumplir los mandamientos; el otro, el particular y especial, pasa por seguir al Señor, dejándolo todo… Según Jesús, este segundo camino es el mejor, aunque sea más difícil. Lo hace a uno mucho más perfecto (Mt 19, 21) y ¡oh paradoja!, rinde el ciento por uno de lo que se ha dejado: casas, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos, propiedades (Mc 10, 29). Los religiosos llaman a este camino el “camino de los Consejos Evangélicos” (de pobreza, castidad y obediencia).

En relación con la pregunta del joven rico del evangelio, llama la atención la respuesta de Jesús. Aparentemente, para el joven rico sólo cuenta la vida eterna (y los bienes que tiene aquí abajo, claro): quiere alcanzar la vida eterna, pero sin perder sus bienes de aquí abajo. Para Jesús hay otras cosas que también cuentan, por ejemplo, el modo de vida que hay que llevar para realizarse al máximo como persona. Él ha venido a perfeccionar el Antiguo Testamento y ha traído una religión superior. Para Él, cumplir los mandamientos de la Ley de Dios es el mínimo que una persona religiosa puede hacer.

 

Supuesto el cumplimiento de los mandamientos, Jesús va más allá y propone y pide un estilo de vida como el Suyo, que sólo se logra viviendo las Bienaventuranzas, que es a lo que Él llama seguirle… Las Bienaventuranzas (Mt 5,3-11; Lc 6,21-26) son la quintaesencia del espíritu de Jesús, su radiografía, ha dicho alguien. Y constituyen el código de perfección del Nuevo Testamento, así como el Decálogo lo fue del Antiguo. Lamentablemente pareciera que la mayor parte de los cristianos sigue aún anclada en el Antiguo Testamento, como si Jesús no hubiera traído consigo el Nuevo. Se preocupan (¿?) por cumplir los Mandamientos y se creen buenos cuando no los transgreden.

Ciertamente para ser bueno no hay que hacer nada malo, pero no basta. Para ser bueno hay que hacer abundantes cosas buenas, positivas, que enriquezcan la vida, la personal y la de los demás. Que la realicen al máximo, la conviertan en bien social y la hagan agradable a los ojos de Dios. Ser discípulo de Jesucristo y seguirle implica ante todo compartir su visión del hombre nuevo, vivir un estilo de vida como el Suyo, identificarse con Él viviendo las Bienaventuranzas. ¿Qué nos impide a nosotros seguir así al Señor? Al joven del evangelio –quizás el mismo Marcos que nos cuenta esto- , se lo impidió su apego al dinero. ¿Y a nosotros?

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