¡AUMÉNTANOS LA FE!

Este escrito profético de Habacuc, muy comentado en el judaísmo y asumido también por la comunidad cristiana, recoge las quejas del profeta ante la terrible desgracia que se avecina por la irrupción del imperio babilónico que ha destruido a Asiria y amenaza la estabilidad del reino de Judá. El rey Joaquín no es un rey que está a la altura de las circunstancias, el pueblo vive una situación de violencia desmedida, de injusticias sin ley, de pleitos sin acuerdos de paz. El panorama es adverso, pero el profeta es la voz de la esperanza, es la voz de quienes exigen una intervención de Dios. El silencio de Dios desespera, pero el mismo Dios anuncia que ofrecerá unas visiones que el profeta tendrá que grabar en una tablilla, para que quede constancia de que Dios “tarda, pero no olvida”. Está pronto a llegar esa visión revelatoria, solo se le pide al pueblo saber esperar y confiar. Jesús mismo en su discurso escatológico traerá estas palabras finales del profeta Habacuc de este fragmento que se ha recogido en la liturgia: “el que persevere hasta el final se salvará”. Sin duda, una exhortación a ser constantes en medio de las dificultades, y esa constancia se traduce en actos concretos de esperanza, no hay que desesperarse, puede durar el conflicto, pero pronto acabará.

La tradición paulina en la tercera generación de cristianos deja constancia del llamado a los pastores o responsables de la comunidad que asuman con coherencia y firmeza la autoridad que han recibido por medio de un rito que ya se viene practicando en ellos: la imposición de manos. Son sanos consejos de que tal autoridad no le reviste de un poder de mando, sino una vocación de servicio y de respeto al patrimonio (“depósito”) de la fe que ha recibido y que debe testimoniar con convicción.

En el evangelio, concluimos una sección larga donde se dedicó a advertir del peligro de los bienes y la indiferencia ante el pobre y abandonado. En primer lugar, el pedido de sus discípulos que sea Jesús quien les aumente la fe que tienen. Pues Jesús responde con una parábola apoyado en una metáfora, la del grano de mostaza que refleja el sentido de tener, aunque sea, poca fe y esto es suficiente para ser capaz de mover un árbol de raíz. Obviamente, está hablando del poder de la oración. Pero, esta misión no puede darse sin la humildad, pues el hecho de lograr grandes cosas con el poder de la oración no nos debe hacer olvidar que es Dios el que obra, de esta forma no podemos sentirnos indispensables en la comunidad. La parábola del siervo que atiende a su amo es bastante clara en esto. Somos siervos al servicio del Reino, y siempre es bueno recordárnoslo. Un gran peligro en la Iglesia se ha venido dando en este aspecto y mirando el evangelio que bueno nos hace recordar esta frase con la que aprendemos a pisar tierra: “somos siervos inútiles, solo hicimos lo que teníamos que hacer”.

Estamos en tiempos en que como el profeta levantamos nuestras quejas y clamores por cambiar una realidad de corrupción y de muerte, por un mundo mejor donde reina la vida, el cuidado de la creación y la verdad. Todo aquel que sea autoridad en este mundo – y más aún en la Iglesia – sea responsable con lo asumido, no es un premio, no es un medio para apabullar a los demás y aprovecharse de la situación; se nos ha confiado una misión y hay que cumplirlo a cabalidad desde el servicio. Por ello, pide a Dios, ruega con fe, basta que sea poca, y te darás cuenta que es fuerte, y no te olvides de la humildad, humildad para servir.

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