UN ARREPENTIMIENTO CON OBRAS QUE LA CONFIRMEN
Es importante escuchar del mismo testimonio de la Palabra de Dios cuán maravilloso es el arrepentimiento sincero que nos aleja de la terquedad de permanecer en nuestro pecado y nos acerca a la salvación. El oráculo del profeta Ezequiel es inquietante, pues Dios mismo cuestiona cómo el ser humano puede atreverse a considerar que el proceder de Dios no es justo. Se está pasando de una posición de responsabilidad colectiva a una más individual, y las decisiones entonces comprometen el destino de cada cual. Obviamente, el justo puede equivocar el camino, y eso lo puede llevar a abandonar toda una vida de rectitud; así como un malvado, puede dejar su necia conducta y arrepentido retractarse y cambiar. En uno y otro caso, si se está a tiempo recapacitar, ¿acaso Dios será un juez implacable? Traicionaría su identidad plena si no los acogiera, ya que es misericordia. Pero recapacitar no se debe entender solo como el movimiento interior de pensar que hemos obrado mal y desear cambiar, sino de poner en práctica el abandono de la maldad y el cumplimiento de lo justo. Es verdad, que no debería ser la constante hacer el mal para saborear la misericordia de Dios sino más bien aplicarnos a la exigencia de vivir la justicia para vivir en plenitud, pero contamos con la Providencia divina no que descansa, y busca denodadamente la conversión del pecador.
Pablo se encuentra preso por Cristo y esto, aunque pareciera llevarlo a la depresión y a la angustia, considera más bien ser una oportunidad para sostener la fe de los filipenses, a quienes les pide que vivan con alegría su fe. De allí la insistencia a que alcancen la comunión de sentir y de pensar venciendo sus rivalidades para lo cual les exhorta a imitar en la humildad a Jesús. Esta composición a modo de himno, revela justamente la grandeza de Jesús en su humildad, que lo llevó a asumir la condición humana para llevarnos a la gloria. Por este acto sublime de humildad es glorificado y alabado por siempre porque ha sido constituido por Dios como el Señor a quien toda rodilla debe doblarse.
El evangelio que escucharemos pueda que nos llame mucho la atención. En primer lugar, se cuenta una parábola: la de los dos hijos. Uno de ellos que dice que va trabajar a la viña de su padre, pero termina por no ir; y el segundo que primero se niega y luego termina yendo. En definitiva, quién obró de acuerdo a la voluntad de su padre es quien al final fue. Por allí se dice: “las palabras se las lleva el viento”, y se cumple en esta parábola. La coherencia entre el hablar y decir es algo que se nos exige como hijos de Dios, pero vemos que esto resulta cada vez más difícil de cumplir. Pero la segunda parte de este fragmento del evangelio alcanza un punto álgido cuando Jesús menciona que las prostitutas y publicanos precederán antes que sus oyentes al reino de Dios. Refiere a las personas, no al acto pecaminoso, y esto hay que tenerlo presente para una correcta interpretación. Una vez más, Juan entra a tallar como el contraste necesario para Jesús. Un verdadero arrepentimiento no se queda pues en el simple dolor de corazón, es preciso revertir la situación con actos concretos, y parece que la sensibilidad de estos hombres y mujeres les hacía entender que necesitaban cambiar de actitud, mientras que la soberbia y la indiferencia de los que se consideraban “justos” terminaba por convertirlos en jueces duros e imparciales, pero sin misericordia, y así no podrían entender justamente el significado de ser partícipes del reino. Una vez más, la Palabra de Dios nos advierte ante la necesidad de buscar que el hermano que está inmerso en el pecado salga de esa terrible oscuridad, y para ello debe aprender a confiar en la misericordia de Dios que le invita a abandonar esa vida de pecado y acoger la salvación de Dios. Pero también, es una llamada de atención a quienes nos podemos sentirnos seguros de nuestra fe, puesto que ante la exigencia de vivir la fraternidad plenamente terminamos por condenar y alejarnos del deseo de Dios de vivir la comunión auténtica y practicar la coherencia de lo que profesamos con nuestras obras. Ahora, únete al salmista y proclamaba con firmeza: “acuérdate de mí con misericordia por tu bondad, Señor”.