“NO HARÁN CASO, NI AUNQUE RESUCITE UN MUERTO”

Como ya hemos anunciado el domingo pasado, el profeta Amós no tiene reparos en denunciar las injusticias que cometen los nobles de los reinos de Israel y de Judá a costa de lo pobres y humildes. El anuncio del destierro, que llegó tiempo después, no hace sino confirmar la indiferencia de los ricos a dejar su vida cómoda y lujosa.

La exhortación final de la tradición paulina a quienes están llamados a asumir el liderazgo en las comunidades insiste en la constancia y fidelidad a los valores trascendentales siguiendo el ejemplo de fortaleza del mismo Jesús en su pasión.

Una vez más, Lucas se ocupa de advertir a su comunidad el peligro de las riquezas. Jesús propone una historia de contrastes entre dos hombres que los separa estilos de vida diferentes, pero que, al cruzar el umbral de la muerte, resultan ocupando lugares nada acordes a lo que ellos esperaban. La admiración del rico epulón desde el lugar de tormento no hace sino advertir las terribles consecuencias de quien piensa solamente en placer y satisfacción personal olvidándose del que sufre y del que no tiene ni para satisfacer sus necesidades básicas. Un juicio muy duro pero necesario es el que se termina de escuchar por boca de Abraham ante los ruegos de un hombre que antes no quiso ver la desgracia de Lázaro, más en el momento del tormento puede reconocerlo en un lugar de paz y sosiego, lo que no pudo hallar en esta vida. ¡Cuántos mensajes más de estos necesitamos escuchar para reaccionar y cambiar!

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