RIQUEZA DE DIOS VS RIQUEZA DEL MUNDO

Hace un tiempo atrás, a la oficina parroquial llegó una pareja de esposos (Jacinto y Victoriana) con la excusa de preguntar por los servicios de la parroquia: horarios de misas, confesiones, etc. La excusa era una “cortina” para conversar con el sacerdote para platicar y compartir lo que Dios había hecho por ellos y su propia familia. El sacerdote los escuchaba con atención y sorprendido. Esta pareja había abierto su corazón, su vida, su matrimonio, sus hijos, su trabajo, su propia economía a Jesús. Lloraban de alegría porque sentían la necesidad de dar gracias a Dios con el sacerdote de su parroquia porque Dios había transformado sus propias vidas. Mientras terminaban de conversar, la señora Victoriana sacó un sobre cerrado con una cantidad fuerte de dinero para dárselo al sacerdote. Este lo recibe con mucho asombro y se asustó al ver mucho dinero en ese sobre, lo devolvió pensando que se habían equivocado. La reacción no se dejó esperar, con mucha seriedad y señalando un crucifijo los dos esposos contestaron: “Padre, ¿cómo pagará al Señor todo el bien que me ha hecho?”. El sacerdote, con lágrimas en los ojos de alegría, les dijo: ¿Ustedes saben que acaban de repetir lo que dice el salmo 116,12? Ellos se retiraron rumbo a la capilla del Santisimo para dar gracias a Dios por su bondad.

El profeta Amós pone “el dedo en la llaga” cuando denuncia el enriquecimiento ilícito de mucha gente a costa del sufrimiento humano: “Se acuestan en lechos de marfil; beben vino en elegantes copas; pero no se conmueven para nada por la ruina de José” (Am.6,1.4-7). Cuánta gente hoy en día hay que se ríen de los demás a costa de “avemarías ajenas”, a costa del sufrimiento del otro. Hay muchas empresas que no quieren asegurar a sus trabajadores y les pagan un sueldo miserable, gente que pasa de los 50 años ya no se les contrata en ningún porque “no saben producir” o “porque son objetos obsoletos para el mundo laboral”; cuántos comerciantes que engañan a sus clientes con un supuesto producto “a bajo precio” y sin embargo quiere llevar “agua para su molino” a costa del sufrimiento de mucha gente. El profeta amós nos descuadra con su denuncia. ¿No será que nos estemos olvidando de actuar con misericordia pensando en el bien común?

Mucha gente tiene riquezas con el sufrimiento de los demás, y eso clama al cielo. San Pablo tiene una promesa de fe para todos ellos y también para la gente que es rica en soberbia, orgullo, insensibilidad, falta de compasión: “busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre, conquista la vida eterna” (1Tim.6,11-16). ¿Acaso a la tumba o al cementerio nos llevaremos las cosas materiales? Cuidado con pensar así. ¿Qué cuentas le vamos a dar a Dios cuando nos vayamos de este mundo? No son malas las cosas materiales, cuando estas se ganan con total sinceridad, esfuerzo, gratitud y esperanza como los esposos de la historia antes mencionada. Lo malo es olvidarse de quién da sentido a nuestra vida, de quién sostiene nuestra vida y de cuál es fin último de nuestra existencia.

El pasaje de la historia del Rico que banqueteaba espléndidamente y del mendigo llamado Lázaro de Lucas (16,19-31) es una “radiografía” de lo que sigue pasando hoy en día. El rico del evangelio puede representar a mucha gente que se sigue enriqueciendo a costa de la salud mental y física de los demás, hay mucha gente que se hace rica amenazando de muerte y extorsionando a mucha gente que lleva un pan a su casa y “matando ilusiones y esperanzas”. ¿Alguna vez esas personas se han puesto a pensar que nada es eterno? “Murió también el rico y fue enterrado, y estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán”. Miró a Lázaro a quien el rico nunca le dio nada, pero se fue al cielo y el rico lo pudo ver también.

El consuelo eterno que una persona recibe de parte de Dios, es por haber puesto siempre su esperanza en Dios mismo, tenga o no tenga dinero, lo haya tenido o no. Una persona que es “rica” en soberbia, orgullo, en mala intención, en prejuicios, en falta de fe, esperanza y caridad nunca tiene paz, siempre vive un “infierno permanente”.

¿Alguna vez pondremos de verdad nuestra esperanza en Dios mismo? Acumulemos “riquezas” en cosas buenas, en obras de amor, en darnos el tiempo para enseñar lo necesario para la salvación, en proyectos en bien de los pobres, en promover la unidad en medio de tanta diversidad, en alegría que viene del Espíritu, etc. Decía San Felipe Nery: “sean buenos mientras puedan”.

El Señor siempre estará del lado de los “pobres de espíritu” (cf.Mt.5,3) porque saben poner su esperanza en Dios, que sabe que nunca les va a defraudar, y hagamos eco de esa promesa de eso esposos de la historia que está en el salmo 116,12: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”.

Con mi bendición:

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