DISPUESTOS A IR A LA VIÑA DEL SEÑOR
Cuando un amigo nuestro empieza a salir adelante, no sé qué nos ocurre, porque nos dejamos llevar por la envidia y no nos alegramos con él. Tampoco es que sea una constante en todos, pero no podemos negar que en situaciones similares algo se mete en nuestro corazón que termina por llevarnos a pensar mal y a, incluso, desearle que no les vaya tan bien a los que nos rodean. ¡Qué terrible es la envidia que puede distorsionar hasta los mejores deseos destruyendo relaciones interpersonales!
Pues bien, la parábola que escucharemos en el evangelio de la liturgia de este domingo nos acerca a una problemática muy parecida desde el ámbito eclesial que se dio en la comunidad a la que se dirige el evangelista Mateo. La exageración de la parábola se encuentra en la actitud del dueño de la viña que decide pagar el mismo honorario, un denario, a todos sus trabajadores, aunque estos hayan laborado en diferentes espacios de tiempo. Se supone que dentro de la lógica humana los que realizaron el trabajo desde temprano debían ganar más que los que llegaron últimos a laborar, pero en realidad el señor no faltó a su palabra con ninguno porque consideró en justicia darles a los primeros lo acordado, un denario, y a los demás, de acuerdo a su benevolencia, también lo mismo. Al final, no perjudicó a nadie. Es verdad que el don valioso del pago por el jornal se equiparó a todos y esto es lo que resulta ser el mensaje de la recompensa para aquel que ha dejado todo por el reino, sea que haya llegado temprano, como los judíos cristianos, o sea que hayan llegado después, los gentiles cristianos. No hay, entonces, por qué tener envidia ni pensar mal de nuestro hermano que haya arribado después de nosotros a la familia eclesial y esto resulta un tema tan actual ¡Cuántos hermanos nuestros han acogido la fe en su edad madura! ¿Y cuántas veces hemos pensado que no merecen estar en la comunidad por su vida pasada? Vaya que tiene razón el profeta Isaías: nuestros caminos no son los caminos de Dios. Debería alegrarnos que muchos más hermanos encuentren a Dios, mientras esté cerca y se deje encontrar, y mejor si nosotros mismos somos esos vehículos de comunicación.
Pablo hablando en términos económicos en la carta a los filipenses entiende que haber recibido la revelación de Cristo en su vida le ha llevado a alegrarse por obtener la mayor “ganancia” de su vida. Esto le hace plantear un dilema, puesto que ya desearía vivir la plenitud de la vida entregándola como su Señor (Pablo estaba en la cárcel cuando escribe esta carta), pero considera importante también conservar su vida para seguir trabajando por el Reino dando testimonio de su fe en Cristo a más hermanos. Sin duda, un hermoso testimonio que brota del corazón de un gran misionero.
Por último, en este mes en que hacemos memoria de San Vicente de Paúl (lo celebraremos el próximo 27 de setiembre) inició una obra maravillosa de evangelización y caridad y su legado sigue vigente en hombres y mujeres que se consagran día a día a hacer realidad la presencia de Dios en la vida de los pobres y de los que sufren. Solo el amor vence a la envidia y al egoísmo, y esta práctica fue
la consigna de Vicente de Paúl a lo largo de su vida conmoviendo corazones para ayudar a quien realmente lo necesitaba. Él mismo tuvo que entrar en un proceso de conversión hasta encontrar su vocación y esto le llevó a emprender la gran “maquinaria de la caridad” acogiendo el llamado del Señor para que trabaje en su viña, quizá “al mediodía” de la historia de la humanidad. ¿No crees que te pueda estar llamando hoy a ti en “el atardecer” del día? Y a ti que te llamó a la primera hora, ¿no deberías alegrarte por tus hermanos que van siendo convocados a trabajar en la viña del Señor? ¿Cuál será tu respuesta a esta invitación?