El evangelio de San Marcos nos describe en el día de hoy el pasaje de la profesión de fe que el discípulo del Señor, Pedro, hace de su Maestro. ¿Quién creen ustedes que soy yo?, les pregunta Jesús a sus discípulos y San Pedro, decidido y convencido, afirma: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. No le resultó fácil responder así al Señor porque no pretendió quedar bien ante Jesús con una definición teorizante sino que buscó reafirmar su fe desde una actitud comprometida que le llevara a practicar en su vida lo que su mente y el corazón le sugerían. A partir de esta respuesta San Pedro se compromete a estar con el Señor en un estímulo permanente de profundización interior; a conocerlo mejor para asimilar su propio proyecto de vida; a aprender de Él como el Maestro seguro que orienta y dirige sus pasos hacia el Reino de Dios; a transmitir el mensaje de lo que “ha visto y oído” en su experiencia vivida con el Señor.
Hasta aquí hemos analizado lo que supuso para San Pedro reafirmar la fe en Jesús. Sin embargo hoy también el Señor nos sigue preguntando ¿Quién soy yo para ti? No podemos conformarnos con una respuesta de catecismo para salir del paso. La fe no es fundamentalmente conocimiento sino adhesión perseverante en quien creemos. ¿Qué significa para mí Jesús de Nazareth?, ¿en qué cambia mi vida respecto a otros que no lo reconocen como el Salvador?, ¿cuál debe ser mi proceso de conversión para identificarme más plenamente con su proyecto de vida?, ¿cómo vivo y transmito el mensaje del Señor a los demás? son algunas de las preguntas que la reflexión dominical nos sugiere para hacer de nuestra vida un encuentro más cercano y sincero con el Señor que sale a nuestro encuentro para ofrecernos su amor desde la fe.
A continuación, y para evitar la euforia que la respuesta de Pedro podía presuponer en el resto de los discípulos, Jesús desvela su identidad mesiánica que no es propiamente un privilegio ni un camino de rosas triunfalista sino un servicio desde el sufrimiento asumido por amor que le llevará a su pasión, muerte y resurrección para que todos tengamos vida. Las exigencias que comporta seguir el camino de Jesús son: fidelidad en el anuncio que proclama, asumir sus consecuencias y dar la vida por la causa del Reino. Actuando de esa manera “perderemos” la vida pero la ganaremos por la causa del evangelio y por la fidelidad al Señor. Solamente regenerados por el espíritu del Señor podremos proclamar la fe al estilo de Pedro y ser luz y transmisión de su palabra en el mundo de hoy.