El fragmento del evangelio de San Mateo que nos propone la liturgia de la palabra en el día de hoy es la continuación temática del domingo anterior. ¿Hasta cuántas veces tengo que perdonar?, pregunta Pedro a Jesús, y el Señor le responderá “hasta setenta veces siete”, hasta el infinito. Así le demuestra que el amor y la relación interpersonal profunda se fundamentan en la aceptación, acogida y perdón. Así como el Señor nos perdona desde la hondura de la cruz y de su misericordia infinita, de la misma manera cada uno de nosotros debemos perdonar y no pocas veces ni en experiencias pequeñas, intranscendentes, sino ante ofensas graves y en situaciones duras donde tender una mano y acoger de corazón nos resulta muy difícil.
Con mucha frecuencia nuestra sociedad sufre hoy el “complejo del perdón”. “Que se acerque él primero”, “por qué tengo que ceder siempre yo” son frases que manifestamos o que surgen en la mente como barreras que impiden el encuentro y la reconciliación. Y, sin embargo, una “metodología del perdón” no implica transigir con todo o pusilanimidad desbordante sino mucha dosis de humildad y anchura de corazón para aceptar con gozo el encuentro de la reconciliación, de la amnistía, de la paz interior que brota espontáneamente cuando dos personas reinician un futuro con la esperanza de una vida regenerada a partir de la comprensión mutua.
Jesús, por medio de la parábola que leemos en el día de hoy y por los testimonios que nos presenta en la instauración del Reino, nos da ejemplos frecuentes de la importancia del perdón como criterio evangélico fundamental a tener presente en nuestra vida cristiana. Perdonó a Zaqueo, a María Magdalena, y en el trance final de su vida, en la cruz, pidió a Dios que nos perdonara sin medida.
De infinitas maneras y siempre el Señor nos acoge y nos perdona pero, aun a riesgo de forzar el sentido teológico de la parábola, bueno es que pensemos también en el sacramento del perdón y de la misericordia como una manera especial de reencontrarnos con el Dios que nos libera y nos salva. Hoy en día en que acercarse a recibir el sacramento de la reconciliación pareciera una práctica espiritual “devaluada”, el evangelio nos brinda la oportunidad de sentir la gracia del Señor desde el reconocimiento de nuestras propias debilidades para, desde un corazón arrepentido, sentir la gracia del amor de Dios y el abrazo misericordioso que nos llena de alegría y de paz.