“¿Quién dicen ustedes que soy yo?” Es la gran pregunta que Jesús hizo a sus apóstoles y nos sigue haciendo a nosotros. En el contexto del evangelio (Mc 8, 27-35), no espera de nosotros una respuesta aprendida, de memoria -(como que es un profeta, el Hijo de David, etc)-, sino una respuesta que nos involucre y comprometa con Él. Algo así como cuando Pedro le respondió “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16) o: “Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios” (Jn 6, 68-69).
Alguien a quien amo de verdad y por quien estoy dispuesto a dar la vida, es la respuesta que Jesús espera de nosotros. Que brota de un corazón de discípulo seducido, pero, también y sobre todo, dispuesto a seguirle cueste lo que cueste y hasta las últimas consecuencias. Es sintomático y patético que en los tres sinópticos la gran pregunta de Jesús vaya unida a su revelación del llamado secreto mesiánico: cuando comenzó a decir claramente que el Hijo del Hombre había de sufrir mucho y ser rechazado…, que sería condenado a muerte, y que resucitaría al tercer día” (Mt, 16,13; Mc 8,31; Lc 9,18).
En el seguimiento de Jesús podemos sentir y hablar y hasta hacer cosas muy bellas, mientras no choquen con nuestros intereses, llámense salud, dinero, tiempo, perdón, expectativas… Pero en cuanto chocan, cuando nos exigen tiempo o dinero, sacrifico y renuncia (a comodidades., por ejemplo), cuando vemos que las cosas no van a salir como nosotros las esperábamos, entonces el seguimiento de Jesús se nos hace muy cuesta arriba y flojeamos o abandonamos. Es lo que les pasó al principio a los apóstoles. Le seguían por el camino e iban tras sus huellas muy contentos, pero cuando les habló de su muerte, del aparente unhappy end de su vida, se resistieron y protestaron (Mt 16, 22; Mc 8,32).
Olvidamos que el trigo (que somos nosotros) tiene que morir para que dé fruto (Jn 12,24). No hay otro camino. Es la condición necesaria para que el trigo dé fruto (demos frutos). Quien quiera realizarse y obtener éxito en la vida, tendrá que trabajar duro y parejo, sacrificarse harto. Al contrario, quien sólo o sobre todo busque pasarlo bien, desentendiéndose de todo y de todos, ese está labrando su ruina (Jn 12, 24-25). Aunque “el mundo” diga lo contrario. La conclusión de Jesús es lógica y vale para quien aspire a ser alguien, como hombre y como cristiano: que tome su cruz (lo que cuesta el deber y estar siempre en forma) y que me siga (Mc 8, 34s)