Queridos hermanos:
¡Cuánto nos gustaría que todo en vida sea color de rosa y que las cosas que nos dan alguna satisfacción y felicidad se consigan sin mucho esfuerzo! Este es el sueño del mundo moderno, que le huye al dolor, al sufrimiento, al compromiso. Sin embargo, lo cierto es que justamente aquellas cosas en la vida que valen la pena se consiguen solo con trabajo, esfuerzo, mortificación y disciplina. Hasta para ser un seguidor de Jesús y todo lo que eso implica, se requieren estas actitudes.
Jesús siempre les habló claro a sus discípulos. Cuando les invitaba a seguirlo, a la vez que les manifestaba las enormes recompensas que recibirían aquellos que dejen todo por él, también les aclaraba los grandes sacrificios que tendrían que hacer. En el evangelio de este domingo encontramos precisamente una de estas aclaraciones: “Si alguno quiere venir a mí y no se desprende de su padre y madre, de su mujer e hijos, de sus hermanos y hermanas, e incluso de su propia persona, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26). Es entendible que Jesús pida que sus discípulos se desprendan del afán de dinero, poder y éxito, porque todo eso no es compatible con los valores del Reino de Dios; pero ¿también hay que desprenderse de la familia y de todo lo que amamos en esta vida? Eso ya no es tan entendible, más bien es muy doloroso. Sin embargo, si analizamos detenidamente esa misma frase veremos que lo que dice Jesús tiene un sentido muy especial.
A primera vista, pareciera que Jesús hace una lista de todo lo que debe olvidar y dejar quien quiera ser su discípulo. Pero, en esa lista se incluye también a la propia persona, lo que nos hace pensar que Jesús no está hablando de un desprendimiento literal. En efecto, podemos desprendernos (separarnos, alejarnos) de los demás, pero no de nosotros mismos. ¿Qué quiere decir Jesús entonces? La clave está en la segunda parte de este evangelio. Jesús hace una comparación entre las exigencias del discipulado y aquella persona que pretende construir una casa sin haber planificado si podrá terminarla (Cf. Lc 14,28-30). Es obvio que todo aquel que comienza una empresa debe saber si tiene todo lo necesario para llevarla a cabo. También se deben prever los posibles obstáculos para saber si son superables. En esos casos, hay que deshacerse de ellos. En el seguimiento de Jesús pasa lo mismo. Es claro que ser un buen cristiano no es cosa fácil, menos en un mundo que tiende al secularismo. Jesús siempre habló de la cruz que tiene que cargar todo el que quiera seguirlo (Cf. Lc 14,27). Todas las dificultades que se encuentren en el camino del seguimiento de Jesús deben ser superadas ineludiblemente, si es que se quiere ser un cristiano auténtico y coherente. Es muy fácil emocionarse con el seguimiento de Jesús hasta que aparecen los tropiezos, las contradicciones, los sufrimientos y la cruz. ¿Qué hacer en esos momentos? No echase para atrás, sino lo que dice el evangelio: desprenderse de los obstáculos.
Cuando Jesús habla del desprendimiento del papá o la mamá, de la mujer o los hijos y de los hermanos, no se refiere a que todo cristiano debe ser ingrato con ellos y olvidarlos para siempre. Eso sería hasta anticristiano (recordemos el cuarto mandamiento). Más bien, es un llamado de Jesús a que la coherencia en la vida cristiana esté por encima de todo, incluso de la propia familia. Si se da el caso de que la propia familia es un obstáculo para la empresa de seguir a Jesús, allí sí debe haber un desprendimiento de ella, no en el sentido de un alejamiento físico, sino más bien moral. Se trata de que el cristiano se aparte de todo aquello que le impida ser fiel a Jesús, incluso si esos impedimentos vienen de la misma familia. Jesús pide renunciar a todo lo que se tiene para ser seguidor suyo (Cf. Lc 14,33). Pues bien, según lo que hemos visto hasta aquí, dentro de estas renuncias debemos considerar a la familia, a los amigos, a algunos trabajos e incluso a nuestras propias costumbres y manías (este es el sentido de “desprenderse de su propia persona”) si se oponen o son contrarias a la vida que Dios quiere de nosotros.
Queridos amigos: Ser cristiano significa imitar a Cristo, tanto en sus triunfos como en sus dolores, sabiendo que mientras más pesada sea la cruz que toca cargar, mayor será la recompensa. El seguimiento a Jesús debe estar en el primer lugar de prioridades, incluso por sobre otras realidades que igual pueden ser importantes.