En tiempos de Jesús, la ceguera, la sordera, la lepra y otras varias enfermedades se consideraban como una maldición de Dios por algún pecado que habían cometido quienes la padecían o sus propios padres. El enfermo sufría el peso del dolor físico y la discriminación social y religiosa que lo apartaba de su realización como persona. No es de extrañar, entonces, que el Señor nuevamente se apiadara y tratara de sanar, liberar, salvar e integrar al enfermo a la sociedad para que desarrollara con normalidad su vida.
La curación del sordomudo entra en el contexto de curación y sanación del Señor por la fe. Jesús realiza este milagro al servicio de su acción evangelizadora: en tierra extraña para demostrar la universalidad de su mensaje que no conoce fronteras ni restricciones sociales o religiosas y a un sordomudo para incorporarlo a una sociedad de “hablantes” donde tenga capacidad de manifestar sus opiniones, escuchar con atención, abrir los oídos a la Palabra de Dios y a otras manifestaciones humanas y proclamar también con convicción y valentía lo que piensa.
El Señor realiza estos milagros porque son manifestaciones claras del amor que nos tiene con una predilección especial por los más necesitados, marginados y excluidos de la sociedad. Una derivación de la praxis del amor de Dios se tiene que hacer realidad también entre nosotros. Cuando somos tolerantes, conciliadores y denunciamos toda exclusión y marginación actuamos al estilo de Jesús.
En el largo recorrido de la Hª de la Iglesia vemos cómo muchas personas, desde su propia condición profética, han actuado en esta situaciones concretas de liberación integral a los necesitados, según la clave y ejemplo del mismo Cristo. Para nosotros, herederos de la rica espiritualidad de San Vicente de Paúl, descubrimos, en su seguimiento a Jesucristo, la profundidad y sensibilidad que expresa en la promoción social e integral de los pobres y en su creatividad por abrir caminos nuevos y audaces que faciliten la inclusión en una sociedad que prescinde de ellos.
Facilitar la palabra y abrir los oídos no son solamente manifestaciones externas físicas sino medios imprescindibles para caminar en profundidad por las sendas de la vida.