“Todo lo ha hecho bien”, dijeron de Jesús cuando sanó a un sordo semimudo, devolviéndole el habla y el oído. Sin duda, la frase, digna de un epitafio, se refería al hecho de que el sordo semimudo había quedado sanado. Pero se refería también al modo como lo había curado. Todo un espectáculo, inusual en Jesús. Milagros mayores los había hecho con una sola palabra: “¡Ve!” “¡Camina!” “Levántate”… y el ciego había visto, el paralítico caminado y el muerto resucitado. ¿¡Por qué en esta ocasión quiso Jesús sanar a este hombre tan aparatosamente!? La respuesta está en el evangelio de hoy(Mc 7,31-37).
Tampoco era judía la mujer que, en este viaje de Jesús al extranjero, se le acercó y le pidió que sanara a su hijita, poseída por el demonio. La sirofenicia hablaba griego y en griego debió haberse desarrollado el diálogo que sostuvo con Jesús. Un diálogo directo, hasta parecer duro, ágil y chispeante (Mc. 7, 24-30). Salió ganando la mujer, que le sonsacó a Jesús el milagro de la curación de la niña: “puedes irte; por tu fe el demonio ya ha salido de tu hija…” Con sus apóstoles, Jesús había llegado a Tiro, ciudad portuaria del Mediterráneo, próspera y cosmopolita. Estaba de incógnito y no tenía la menor intención de hacer milagro alguno entre esa gente no-judía. Qué pasó para que lo hiciera?
Lo que pasó, en este caso como en el anterior del sordo semimudo, es que Jesús se dejó llevar por la compasión. Se compadeció e hizo el milagro. Y lo haremos nosotros si tenemos compasión. De paso nos enseñó que el amor no tiene fronteras y hace lo imposible para ayudar y ganarse a la gente. Primero fue con la sirofenicia, a quien, con un dicho judío, le dio a entender que Él había venido sólo para Israel… La respuesta humilde y confiada de la mujer tocó el corazón de Jesús y lo llenó de compasión echando abajo todas las barreras. También para ellos había llegado el Reino de Dios.
En el caso del sordo semimudo, Jesús fue aún más allá. Adaptándose al ambiente y al auditorio, paganos en su mayoría, empezó a llamar su atención con gestos significativos. Para Jesús, no se trataba sólo de hacer un milagro o de que ellos vieran que se había hecho un milagro, sanando al hombre. Era mucho más importante que vieran el milagro como un signo o señal de que algo nuevo estaba pasando, de que el reino de Dios ya había llegado. De paso Jesús nos otra gran lección; saber adaptarse a las circunstancias y hacer lo imposible para ganar a la gente para Dios.