Queridos hermanos: nos volvemos a encontrar para que juntos meditemos las lecturas de este vigésimo tercer domingo del Tiempo Ordinario. Seguimos caminando junto con el Señor y este caminar, sin duda, nos lleva a profundizar en el sentido verdadero de la audición de nuestra vocación, de saber escuchar y de saber abrir los oídos para estar atentos al mensaje del Señor.
El evangelio de este domingo nos presenta dos momentos claves que engloban este acontecimiento milagroso. Este sordo que se acerca al Señor, nos demuestra, en primer, lugar la necesidad que tenemos todos, sin duda, de poder recurrir al Señor para saber escuchar con claridad, con seguridad y con firmeza el mensaje que nos quiere transmitir. Siendo sordos no podemos escuchar nada, es esa la sordera natural, pero muchas veces nos hemos dado cuenta que tenemos una sordera selectiva, deseamos simplemente escuchar lo que nos conviene. No podemos convertir nuestras sordera selectiva en una mera vanagloria de nuestro orgullo, debemos también, así como sabemos escuchar las cosas buenas, también saber escuchar desde Dios la corrección que el otro nos hace, porque solo escuchando nos acrisolamos en nuestra vocación.
Es bonito escuchar en este contexto del Evangelio de Marcos el término EFFETA que significa ábrete, pero no sólo abrir el oído, sino que es una llamada a abrir el corazón, que es lo más importante que el Señor quiere de nosotros, que no nos cerremos definitivamente al amor y la misericordia que él nos tiene. Es abrir toda la disposición de nuestro ser y en particular del corazón porque de allí brotan los verdaderos sentimientos, pero lo malo que debemos purificarlo por el canal de la buena corrección.
Quien ha recibido un signo milagroso del Señor es imposible poder callar, porque se sitúa en este contexto el segundo punto: vete y no lo digas a nadie. ¿Por qué Señor debemos callar las cosas que obras en nosotros? Debemos, Señor, transmitir a los otros, dar a conocer que tú obras constantemente en nosotros y nosotros con nuestra propia valentía somos capaces de transmitir lo que has hecho en nosotros, cómo vamos agradecerte, Señor, si no es contando las maravillas que obras, no podemos callar, Señor, porque tú sabes perfectamente que nuestra vida está en tus manos. Por eso el sordo no se resiste a guardarse todo lo que sabe, sino que va y lo grita porque sabe que ha encontrado la paz.
Queridos hermanos que este mes que va transcurriendo lleno de alegría, de entusiasmo porque vamos contemplando cada día y nos vamos comprometiendo con el mensaje no solo de Jesucristo sino con el mensaje que supo descubrir San Vicente de Paúl en la persona de Jesucristo y, específicamente, en la persona de los pobres.
Pero cuidado, que no solamente sea la emoción de un mes, un verdadero vicentino es aquel que todos los días del año y de su vida es un verdadero apóstol de la caridad y de la misión. Es el tiempo de un nuevo Pentecostés, nosotros estamos llamados también desde este siglo moderno, con sus problemas y vicisitudes, a saber también enfocar nuestro ser vicentino, testimoniando la verdad y con ella llevamos impregnado en el corazón el testimonio de tantos hermanos nuestros elevados a los altares y en particular de estos hermanos nuestros Mártires que nos han enseñado a entregar la propia vida por el hermano.