EL VALOR DEL SACRIFICIO
Las llamadas “confesiones” de Jeremías son páginas conmovedoras de la vida de este profeta. Revelan lo difícil de la vocación profética ya que muchas veces anunciar la Palabra de Dios no siempre sintonizó con los deseos de los reyes de turno y del pueblo judío. Jeremías levanta su queja muy sentida a Dios, pues se siente traicionado. Creo que este fragmento se ha entendido diferente a lo que significó para el profeta o para el autor, puesto que aquello de “me sedujiste y me dejé seducir” se dio a conocer como una expresión amorosa del profeta hacia Dios, pero realmente es todo lo contrario. La responsabilidad de su vocación se ha visto sometida ante la “seducción” (con el sentido de “engaño”) y el forzamiento del mismo Dios y al profeta le cuesta comprender cómo puede continuar su ministerio sabiendo que está rodeado de los insultos y las burlas de quienes supuestamente deberían escuchar su voz. Aunque puede ser legítimo su quejido, terminará por reconocer que su vocación profética no se basa en resultados; puede querer evitarlo, pero la propia fuerza de la Palabra terminará por resonar en medio del pueblo infiel. El profeta no debe olvidar que él no es el centro del mensaje sino la palabra que transmite y si por ello tiene que sufrir pues tendrá que convencerse que vale la pena pasar por ese drama.
En la segunda lectura, Pablo dirige a la comunidad de Roma la última serie de exhortaciones que deberán poner en práctica como signo evidente de que la salvación ha llegado a ellos. Tienen que ofrecerse como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, con lo cual espiritualiza todo el sistema sacrificial del Templo de Jerusalén en las acciones cotidianas de la vida. Aunque no rechaza de por sí el culto, sí resalta la autenticidad de un culto que no se reduce a un ritual sino se expresa vivamente en las acciones bondadosas, agradables y de exigencia en la perfección a la que está llamado el seguidor de Jesús.
El evangelista Mateo, al igual que Marcos, propone a Jesús anunciando su pasión y muerte, lo que genera una reacción de parte de Pedro que no considera eso como el querer de Dios. A su vez, esto genera una siguiente reacción en Jesús quien llama la atención a Pedro porque no está pensando como Dios sino como los hombres. Pedro se había confundido de rol, y en vez de situarse detrás del Maestro, quería colocarse delante de él. Esta se convierte en la oportunidad para revelar en qué consiste seguir a Jesús: cargar con su cruz y seguirlo a él. La paradoja del discipulado entra a tallar de una forma sorprendente: salvar la vida / perder la vida; perder la vida por Jesús / conservar la vida; ganar todo en la vida / perderla de pronto. Estando latente la esperanza en la segunda venida, se advierte que viene a traer el salario justo según cada conducta, lo que revela cierta incomprensión de ellos mismos por definir en qué consiste seguir a Jesús. Obviamente, que cuando el evangelista habla de la cruz propone un conflicto vital, puesto que no parece compatible unir una muerte horrenda con el seguimiento de Jesús. ¿Vale tanto la vida de un pecador para perderla por ella? Pues para Jesús parece que sí.
Se dice comúnmente que los grandes objetivos de la vida se logran solo con mucho sacrificio. De seguro, este término sacrificio ha adoptado el matiz de sufrimiento necesario, pero que de pronto cambiará en una situación de gozo y de paz. Pero la dimensión sacrificial no se queda solo en esto, sino en la capacidad de convertir algo profano en algo sagrado. Y, en definitiva, es nuestra vida cotidiana la que tenemos que santificar y así el verdadero sacrificio, es la verdadera entrega de lo mejor que somos para que otros conozcan cuánto los ama Dios en su infinita misericordia. Jeremías entiende que su misión es importante, de allí que se lamentará, se quejará porque siente como cualquier humano el golpe de la indiferencia y la hostilidad, pero luego se doblegará porque entiende que alguien tiene que hablar “palabra de Dios” en medio del pueblo así les guste o no. Pablo también entiende que el mayor sacrificio que se puede presentar a Dios es la propia vida del creyente, y por ello debe hacer un serio discernimiento de lo que le pide la voluntad de Dios. Cargar la cruz detrás de Jesús demanda más que esfuerzo físico un esfuerzo de discernimiento. Pero lo cierto es que aquel sacrificio de Jesús tiene que ver con la mayor expresión de la misericordia de Dios. Jesús será el primero en perder la vida para luego ofrecer una plenamente a todos. Y sus seguidores tendrán que hacer lo mismo. Nada puede ser dejado al azar, todo tiene su sentido desde la decisión y el sacrificio de la vida misma, y por ello es preciso animarnos con la voz del salmista: “Mi alma está sedienta de ti, Dios mío; y toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote”.