PEQUEÑOS, PERO GRANDES ANTE DIOS
Un mensaje paradójico con esta historia, que se explica por sí misma; miremos con atención.
Llegó, a una conferencia que decían, “era magistral”. El tema: “¿cómo estar más cerca a Dios?”. El conferencista habló por un buen rato, casi todos apuntaban en sus cuadernos todo, otros lo grababan para tener esa magistral conferencia. Los gestos de todos eran de aprobación: unos moviendo la cabeza afirmativamente, otros con las mismas manos hacían gestos aceptando esa conferencia, y un largo etcétera. Cuando terminó, todos aplaudieron, de pie, “esa charla magistral”, pero el conferencista sólo guardaba silencio, y lloraba. Los aplausos se iban disipando y muchos se quedaban extrañados de su actitud. Cuando se le dio nuevamente el micrófono para escuchar su reacción ante esos aplausos apoteósicos, dijo: “quiero pedirles perdón a todos ustedes (hubo silencio de cementerio cuando hablaba), por favor perdónenme (lo decía con lágrimas en los ojos y con sus manos en su corazón), perdón porque yo pensé que les iba a acercar a Dios, y me equivoqué. Y señalando con el dedo un crucifijo, les dijo: sólo ÉL, y no yo, sí que se merece el aplauso”.
El autor del libro del Eclesiástico, nos marca la pauta de nuestra reflexión hoy domingo: “en tus asuntos procede con humildad, y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas” (Eclo.3,17-18.20.28-29). El mundo de hoy busca el aplauso, el “éxito”, el reconocimiento, busca que le reconozcan por haber hecho tal o cual cosa, tal o cual obra. ¿Será para sentirse bien momentáneamente?, ¿será para llenar vacíos de esa manera?, ¿será que sea orgulloso y eso siempre busque?
Hay una paradoja de Dios: que si somos pequeños, en las grandezas humanas, conseguiremos siempre bendiciones. ¿Queremos recibir algún favor de Dios?, ya sabemos cuál es el camino. Dios es el que obra en nuestra vida. Nos presta sus manos, sus ojos, sus labios, su propio corazón para hacer su obra. ¿Lo crees?
Por eso es necesario acercarse a ese Dios que se hace uno como nosotros, para aprender de Él. Es cierto, una vez más, que el mundo quiere ir en contra de Dios. Mientras más soberbia haya, mejor; mientras más pase por encima de los demás (manipulando, haciendo daño), mejor.
Jesús, según el evangelio de Lucas, hoy no entra a cualquier casa, sino a la casa de un personaje resaltante, para darle más de una lección de amor y de humildad: “Cuando te inviten a una boda, no te sientes en el puesto principal…cuando te inviten, vete a sentarte en el último puesto” (Lc.14,1.7-14). El soberbio, no mira más que su conveniencia, por eso actúa de manera egoísta; y obviamente está en contra de toda actitud humilde. Es más, le estorba ver que se haga cosas sencillas para ganarse el favor de Dios; le estorba saber que Dios debe ser engrandecido y no otro; le incomoda ver que ganen almas para Dios desde un corazón humilde. Tiene razón Jesús: “el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
San Vicente de Paúl, cuando habla de la Humildad, va a afirmar que: “es la virtud de Jesucristo, la virtud de su Santa Madre, la virtud de los mayores santos, y finalmente la virtud de los misioneros” (Conferencias a los Misioneros nº1277, página 729). “El humilde “reconoce que todo lo bueno que ha hecho procede de Dios” (I, 235).
Dios nos da los medios necesarios para hacer de nuestra vida un don agradable a Él. Nos da capacidades, virtudes, dones, etc. ¿Sabemos aprovecharlos?, ¿nos gloriamos de lo que tenemos o le damos gloria a Dios por lo que somos y tenemos?
Ojalá que podamos trabajar más en esta virtud de la humildad, y que con San Juan Bautista podamos decir: “Es necesario que Él crezca y que yo disminuya” (Jn.3,30).
Estamos llamados a ser pequeños, humildes, pero grandes ante Dios.
Con mi bendición.