Queridos amigos
En el banquete de la vida Jesús nos pide ser humildes y caritativos. Difícil, en especial cuando todos quieren figurar y sacar provecho para sí. Cuando “el parecer” y “el tener” priman sobre “el ser”. Pero es lo que Jesús nos pide en el evangelio de hoy (Lc 14,1. 7-14). Eso y optar siempre por los pobres y sencillos, así como vivir “la diferencia de ser cristianos” ¿Vivimos conforme a este ideario? A Jesús no le agradó para nada que el fariseo anfitrión hubiera invitado al banquete sólo a gente de posición social y de su círculo familiar y de amigos. ¡Ni un pobre…! Tampoco le agradó que los invitados, pagados de sí mismos, escogieran (¿y se pelearan por?) los primeros puestos.
Muy seguramente Jesús había aceptado la invitación con la esperanza de hacer entrar la salvación en esa casa (Lc 19, 9). Es lo que intentó, al ayudar a cambiar de mentalidad a toda aquella gente (y a nosotros), actuando desde las exigencias del Reino de Dios. O sea, desde la humildad y la caridad, virtudes que marcan la diferencia del cristiano, que opta por los últimos puestos y que mira y atiende a los pobres corporal y espiritualmente -(porque son nuestros semejantes y los preferidos de Dios).
Jesús insistió mucho en la humildad, pero la humildad que propuso (y nos propone) no es la baja estima de sí mismo ni el dejarse pisar, sino el vivir en la verdad. Vivir reconociendo los valores y las limitaciones personales, para saber hasta dónde uno podrá llegar y exigirse, dar de sí o quedarse. Y vivir reconociendo los valores y las limitaciones de los demás, para felicitar y aplaudir o para ser comprensivos y ayudar. Un falso concepto de la humildad ha hecho y sigue haciendo mucho daño. Todo lo contrario a lo que una verdadera humildad hace y puede hacer, como lo vemos en la Virgen María (Lc 1,48), en Jesús (Mt 11,29) y en todos los hombres y mujeres grandes de la historia, empezando por los santos.
“La caridad como estado y estilo de vida”, es la otra exigencia que Jesús espera de nosotros, para marcar la diferencia con quienes solo piensan en sí mismos y en sus iguales. Por eso los cristianos, aunque tengan poco, han de pensar siempre en los pobres y compartir con ellos, dando hasta que duela (Lc 14, 12-14). Los cristianos no podemos ser como “los paganos”, que sólo invitan a quienes les invitan y sólo saludan a quienes les saludan (Mt 5,4). Tenemos que ser distintos, diferentes: tenemos que invitar también a quienes no podrán correspondernos, a los pobres, los lisiados, cojos y ciegos. Muy difícil ¿no? Aun así, bien entendido, debe ser lo que nos diferencie como cristianos. El Señor nos asegura una gran recompensa: el Reino de los Cielos.