¿VIVIR O NO LAS LEYES DE DIOS?
Nos movemos, en la vida de cada día, por “polos opuestos” o antagónicos, no sólo a nivel civil o humano, sino también espiritual: tristeza y alegría, desesperanza y esperanza, los que viven bien su fe y los que no viven bien su fe, los que leen la palabra de Dios y los que no la leen, los que creen y los que no creen en Dios, los que quieren ir a misa y los que no, los que viven su fe “a su manera” y los que viven su fe a la manera de Dios, etc.
Escuchar las leyes y decretos de Dios, es todo un reto, en un mundo cada día más secularizado. Esto fue todo un reto para el pueblo de Israel. Dios utilizó a Moisés para hablarle al pueblo diciendo: “escucha las leyes y decretos que yo les mando cumplir” (Dt.4,1-2.6-8). Si yo escucho, pongo atención a lo que se dice para vivirlo. Así sucede con las leyes de Dios y con su palabra. No podemos ser ciegos, para no darnos cuenta cuán grande es el amor de Dios, que Dios mismo nos pide que cumplamos y vivamos sus mandatos.
Necesitamos escuchar a Dios, que con palabras humanas siempre nos habla: “Aceptemos dócilmente la palabra que ha sido sembrada en ustedes y es capaz de salvarlos” (Stgo.1,17-18.21-22.27). Con esa motivación, la exigencia de vivir bien la palabra de Dios y sus leyes, se convierte en un reto permanente.
¿De verdad estoy viviendo mi fe como Dios quiere? ¿Me gusta exigir, a otros, lo que no puedo vivir? ¿Vivo bien mi ser cristiano o no? ¿Acepto el reto del Señor de convertirme cada día?
A veces podemos tener una imagen “parcial” de Dios, de su palabra, de sus leyes. Algunos, por ejemplo, pudieran pensar solamente que: Dios es amor, que nos ama y nos perdona todo. Eso es muy muy cierto. Lo malo de nuestra vida es que no queremos aceptar, que porque Dios es bueno y es amor, nos pide o nos exige vivir conforme a su voluntad (cf.Stgo.2,14-18).
Hoy, en el evangelio de Marcos (7,1-8.14-15.21-23), vemos a los discípulos de Jesús que no se aferran a las leyes judías, y que su actitud es cuestionada por los fariseos y escribas que se hacían pasar por los meros cumplidores de la ley: “¿por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?”.
Esto es lo que refleja muchas veces la vida de fe que pudieran llevas muchas personas. Unos quieren vivir una fe desligada de lo que pudiera pasar y pasa alrededor del mundo; otros vistiéndose de religiosidad, son meros cumplidores de las normas de la Iglesia, pero lejanos de una caridad fraterna auténtica, ya que les encanta cuestionar todo el tiempo el actuar de los demás, pero su corazón y su vida misma está a kilómetros de distancia de Dios.
¿Serás de ese último grupo? Lo que le preocupa a Jesús es lo que podamos albergar en el corazón, que en muchas de las ocasiones son los frutos del pecado como: “malos propósitos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios…”. A veces hasta la crueldad nos puede ganar por el maltrato que damos a los demás, sobre todo a la gente más cercana y a la que deberíamos amar y respetar más; pero “nos vestimos de bondad” para aparentar lo que no somos, o nos llevamos muy bien con la gente de fuera de casa, y con los de dentro no. Jesús advierte que todas esas cosas “salen de dentro y hacen al hombre impuro”.
¿Cuándo será el día en que mi vida se torne distinta y cambie de verdad y para bien? ¿Será el día de mi muerte cuando quizás sea demasiado tarde? Estoy a tiempo de volverme para Dios porque: “el plazo se venció, el reino de Dios se ha acercado, conviértanse y crean en la buena nueva” (Mc.1,15).
Creo que el salmo 14, que se proclamó como respuesta a la 1ra lectura nos puede ayudar a aceptar y vivir bien nuestra fe: el que procede con honradez, el que practica la justicia, el que tiene intenciones leales, el que no calumnia con su lengua, etc., pero con una motivación que se convierte en una exigencia constante: “el que así obra, nunca fallará”.
¿Nos animamos o no a vivir bien las leyes de Dios? Él nos conceda esta gracia. Amén.
Con mi bendición: