Queridos amigos
El evangelio de hoy (Mt 16,21-27) es continuación del evangelio del domingo pasado (Mt 16,13-20), y no se lo entiende bien si no se lo tiene en cuenta. Ambos forman un todo, cuya bisagra es el llamado “secreto mesiánico”, con el que se cerró el evangelio del domingo anterior: no comenten con nadie que soy el Mesías, les ordenó Jesús. Y a partir de este momento, empezó a hablarles abiertamente de lo que Le esperaba (les esperaba) en Jerusalem: Su pasión, muerte y resurrección. Un Mesías humillado, ultrajado, condenado a muerte y crucificado, era lo último que se les podía ocurrir a los judíos -y era lo último que el Diablo estaba dispuesto a esperar del Mesías.¿Por qué Jesús se animó y decidió hablar en este momento de lo que le iba a pasar y de cómo iba a morir?
Jesús se decidió a hablar de su pasión y muerte, porque una vez fundada Su iglesia (Mt 16, 18) sintió más seguro el futuro de su Misión. Cuando Él muriera, su Misión la continuarían los apóstoles constituidos en iglesia. Su elección, de entre los muchos discípulos y seguidores, y su ulterior preparación, le había costado muchas noches de oración y muchos días de discernimiento y trabajo (Mc 3, 13-15), pero ahí estaban ellos, toda una promesa. Hasta su Padre Dios le había dado una ayudita mostrándole quién era Su elegido como soporte y autoridad de la Iglesia. Jesús podía morir y partir tranquilo, pues el futuro de su Misión estaba asegurado.
A los apóstoles, que estaban felices por haber sido constituidos en iglesia del Señor, el anuncio inesperado les cayó peor que un jarro de agua fría. El primero en reaccionar fue Pedro: ¡no lo permita Dios!, le dijo, pensando en las conveniencias humanas más que en las divinas. Se lo dijo Pedro, pero se lo decimos también y a cada rato nosotros. ¡Paradójica la condición humana! En cuestión de minutos somos capaces de pasar de ser oráculo de Dios a oráculo del Diablo. Es lo que pasó con Pedro. Y eso que el anuncio de Jesús sobre su pasión y muerte no había terminado.
Le faltaba decir que lo mismo esperaba a la iglesia recién fundada y a cada uno de sus seguidores. Es quizás el pronunciamiento más patético de Jesús.
- Quien quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga.
- Quien egoístamente se interese sólo por su vida, va a perderla; pero quien con generosidad se olvide de sí mismo por los demás, va a salvarla.
- ¡De le qué sirve a uno ganar el mundo entero si al final pierde su vida?
- Jesús. el Señor, volverá y pagará a cada uno según su comportamiento.