CONFESAR QUIÉN ES JESÚS: GRAN RETO PARA EL QUE LE SIGUE
Parafraseando un dicho popular, podemos decir: Dime cómo va tu relación con Dios y te diré la calidad de cristiano que eres.
Hoy el mundo en el que nos desenvolvemos vive momentos de desolación, de confusión, de incertidumbre, de miedo, de muerte, de desesperación, de falta de fe. Quizás en medio de ese mundo pueda haber personas que caigan fácilmente en discursos o teorías falsas incluso acerca de Dios y de su Iglesia. ¿No será que no se encuentra fácilmente testimonios que vayan de la mano con una coherencia de vida? ¿Habrá gente sincera con sus discursos o testimonios incluso acerca de la fe?
Jesús, en Cesarea de Filipo, hace una encuesta con dos preguntas que marcan la relación de los discípulos con su Maestro, y que pueden marcar nuestra propia relación con Él (Mt.16,13-20)
Primera pregunta: “¿quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”.
Qué automática puede ser nuestra respuesta ante una pregunta muy “fácil”. Esta pregunta puede traernos a la mente lo que hemos aprendido de Dios en: la casa, en la escuela, en la catequesis, en algún curso o taller de fe, etc. ¿No será que respondemos como aquel grupo de discípulos que nos cuenta hoy Mateo en su evangelio? ¿Acaso es una respuesta producto de lo que “aprendí desde pequeño” y que se quede en sólo información de lo que es Dios?
Habrá que tener cuidado de que nuestra fe se vuelva rutinaria y que no me diga nada a mí. Muchos dirán: “sé que Dios me ama”, “sé que Dios es bueno”, “sé que Dios es Todopoderoso”, “sé que Dios viene de una Madre”, “sé, sé, sé”. Se puede, quizás, aplicar en un sano atrevimiento una frase: “del dicho al hecho hay mucho trecho”.
Segunda pregunta: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?”.
¿Cuánta gente hay que no le gusta comprometerse con una auténtica vida de fe? ¿Serás tú? ¿Seré yo? ¿Seremos todos? “Soy cristiano a mi manera”. “Soy así y nadie me va a cambiar”. “Yo veré cuándo me acerco a Dios”. “Yo veré si rezo o no”. “Veré si cumplo o no los mandamientos”. Quizás se esté viviendo la vida de fe como algo superficial (cf.Mc.6,6).
Jesús ya escuchó lo que el común de la gente piensa acerca de Él, ahora quiere escuchar la respuesta de aquellos que quieren seguirle, servirle, amarle y proclamarle. Pedro toma la iniciativa y da la cara por Jesús, se jugó su propia vida, no le importó el dedo acusador, ni la persecución. Lo que le importó es ser sincero y ser fiel a Jesús: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Se dejó conducir por el Espíritu, que a veces eso nos falta.
Su testimonio dio fruto, y muy grande: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Qué gran encargo, qué gran responsabilidad, qué gran reto: guiar a la Iglesia. En una familia siempre hay una cabeza, alguien que lleve el rumbo de esa familia, que de la cara por ella; y ese es Pedro en la Iglesia (el Papa). Jesús conoce de la humanidad de Pedro (virtudes y defectos), pero también conoce de qué es capaz. Pero Jesús quiere darle una motivación dentro de una promesa de fe y de salvación, que la Iglesia a lo largo de su historia lo ha vivido dentro de sus luces y sombras: “el poder del infierno no la derrotará”.
Recibe un doble encargo: guiar a la Iglesia de Dios, y hacerlo desde el servicio. La Iglesia es desde esa confesión de Pedro la que continúa la obra de Maestro: hace lo que hace Jesús. Ese “te daré las llaves del reino de los cielos” es la autoridad que Jesús confía a Pedro y en Él a toda la Iglesia. Por eso la Iglesia es obra de amor de Jesús, puesta en manos humanas, pero obra de Jesús. Está llamada la Iglesia entera a dar testimonio de Jesús, de palabra y obra “para que el mundo crea” (Jn.17,21). La Iglesia, como Pedro, no puede callarse ante tantas maravillas de Dios, porque “no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch.4,20). Que nada ni nadie nos impida hablar de Jesús.
Confesar quién es Jesús es un gran reto para el que le sigue.
Con mi bendición…