Queridos amigos
El evangelio de hoy (Mt 16,13-20) contiene los siguientes importantes puntos: la pregunta del millón de Jesús, la respuesta de Simón (inspirada por el Padre Dios), el cambio de nombre de Simón por Pedro (=piedra o roca), la fundación de la Iglesia, “el poder de las llaves” (autoridad suprema), que Jesús confiere a Pedro, el llamado “secreto mesiánico”… Vistos por separado todos estos importantes puntos podrían hacernos perder la visión del conjunto, a saber, la fundación de la iglesia por Jesús, que es a donde apuntan Jesús y el evangelista Mateo.
La fundación de la Iglesia por Jesús presenta circunstancias tan especiales que la hacen única. Para sus planes a futuro, esta Iglesia es vital, pues deberá representarle y continuar Su misión en este mundo, cuando se haya ido. Deberá ser como su prolongación en el tiempo, y donde permanecerá hasta el final de la historia (Mt 28,20). Es por ello que Jesús anda buscando la persona idónea, la que su Padre Dios quiere que la represente y dirija. Siempre ciertamente bajo la acción del Espíritu Santo, quien ha asegurado a Jesús que se hará cargo de todo y animará y apoyará la Iglesia y a quien la dirija. Este resultó ser Simón, el Barjona, en mérito a su respuesta a una pregunta de Jesús (Mt 16, 15-17). Respuesta en la que vio la señal que esperaba del Padre Dios.
El siguiente paso de Jesús fue cambiarle el nombre. Para darle (y darnos) a entender que había sido escogido para una gran misión y que ésta no era por su nombre, por sus méritos, sino por voluntad y pura gracia de Dios. En el Antiguo Testamento, cuando Dios escogió a Abram para una misión especial, le cambió el nombre por Abrahan (Gn 17,5); pasó lo mismo con el patriarca Jacob, a quien llamó Israel (Gn 32,28). Ahora Jesús, como antes Yahve, cambiaba el nombre de Simón por el de Kefas, que en arameo significa roca piedra (de aquí Pedro), pues habría de ser como la piedra o roca, en la que descanse la Iglesia. Simón hecho Pedro se convierte en Vicario de Cristo y en patrimonio universal.
Por lo dicho, la Iglesia es una institución única en su género, pues contiene elementos humanos y divinos. Es mucho más que una sociedad o un estado (el del Vaticano), por eso se equivocan quienes la ven y la juzgan con criterios sólo humanos o sociales. Es mucho menos que una comunidad puramente espiritual y se equivocan quienes la juzgan sólo con criterios angelicales. Ciertamente Jesucristo está en ella, y la anima y dirige el Espíritu Santo, pero la integramos seres humanos, santos y pecadores.