Jesús se sigue presentando en el evangelio de San Juan como “el Pan de Vida” y esta definición escandaliza a los judíos y les resulta incomprensible a sus propios discípulos. La reacción de los oyentes es violenta y muchos se retiran. Jesús se siente incomprendido y confundido y descubre cómo le van abandonando los que no creen en Él. “¿También Uds. quieren marcharse?” será la pregunta directa que el Señor hace a sus discípulos para provocarles una reacción de sinceridad y de decisión plena. “Señor, ¿a quién iremos?, Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn. 6, 68) será la respuesta de Pedro para apagar la duda y mantener viva la llama de la esperanza y de la convicción en el Señor.
La repuesta de Pedro implica una reafirmación de la fe en Jesús y una opción preferencial por Él sobre el resto de ofertas que nos ofrece la vida. Ante un mundo secularizante en el que vivimos estas palabras implican descubrir y revitalizar la presencia del Señor aunque nademos a contracorriente. Una fe madura y adulta nos lleva a descubrir la verdad del Señor sin suavizar su mensaje y a creer en aquellas situaciones donde nos resulta difícil aceptar los planes que Dios tiene para con nosotros.
El evangelio del presente domingo es una llamada urgente a vivir en profundidad la respuesta de la fe. Vivirla desde una auténtica y renovada conversión al Señor; comprometernos en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe y suscitar en todo creyente la aspiración a confesarla con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza para sentirnos fieles al Señor. Es un nuevo reto que nos obliga a redescubrir los contenidos de la fe “profesada, celebrada, vivida y rezada” en palabras del Papa emérito, Benedicto XVI.
Nos urge, entonces, vivir la alegría de la fe que profesamos en el ámbito de nuestras experiencias diarias e irradiar esas mismas convicciones con el testimonio de una vida coherente a los planteamientos de Cristo para ser “luz del mundo” y testigos del Señor resucitado en una sociedad que hace presente la fe en muchas oportunidades pero que, a la vez, la indiferencia, incomprensión y hasta rechazo en ciertos ambientes obstaculiza la manifestación personal y comunitaria de lo que creemos, sentimos y vivimos.