Queridos amigos reciban mi cordial saludo en este Domingo “Día del Señor”.
Dios los bendiga junto a sus seres queridos y comunidades.
Con este domingo despedimos el mes de agosto, y por esto demos gracias a Dios porque aún tenemos el don de la vida. La vida es una oportunidad para realizarnos y proyectarnos, es una oportunidad para corregirnos y hacer las cosas mejor, siendo mejores hijos e hijas de Dios.
Las lecturas de la Palabra de Dios, hoy nos ayudan a clarificar nuestra fe en Cristo y nos define el espacio donde profesamos esa fe que es su Iglesia, la iglesia que Cristo fundó, y nos prepara para dar testimonio de esta fe para el mundo.
En la primera lectura del profeta Isaías (Is.22,19-23), Dios elige a Jilquias, al frente de su palacio. Lo va a vestir con los distintivos del poder, y le dará la “llave del palacio de David”: “lo que él abra nadie lo cerrará, lo que el cierre nadie lo abrirá”.
El salmo 137, canta la misericordia de Dios, la confianza está puesta en él: “El Señor es sublime. Se fija en el humilde, y de lejos conoce al soberbio. Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos”.
La carta de San Pablo a los Romanos (Rm.11,33-36), nos habla del misterio y la grandeza de Dios, y es el mismo Dios quien nos concede su gracia para conocerlo.
En el evangelio de Mateo (Mt.16,13-20), Jesús hace dos preguntas a sus discípulos, preguntas que son actuales para nosotros y que ayudan a definir nuestra vida, el compromiso de nuestra fe.
No son preguntas de encuesta o sondeo de opinión, son preguntas que ayudan a profundizar la fe: ¿quién dice la gente que es el hijo del hombre? Los discípulos respondieron citando como a un hombre del pasado. ¿Cómo hoy se reconoce a Cristo? ¿Es importante la fe en Cristo para nuestro entorno?
La segunda pregunta es: “¿Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Los discípulos callan y es solo Pedro quien habla y hace la confesión de fe: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Jesús llama bienaventurado a Pedro, porque lo que acaba de decir no es fruto de un estudio, de un razonamiento simple, sino que confesar la fe es un don de Dios. La fe en Cristo es la fe en un Dios “vivo”, que está presente hoy, que mantiene su promesa; que nos da en Cristo, a su “ungido” (Mesías) para nuestra salvación y abre en él, el poder sobre la vida eterna.
Cristo mismo sobre la fe de Pedro, esclarece, revela la identidad de la Iglesia, la iglesia que custodia está fe es la Iglesia de Cristo. Pedro custodiará está fe, por ello recibe los signos de las “llaves”, el custodia la “puerta” por el poder de Dios para no dar paso al poder del infierno.
Los sucesores de Pedro, apóstol, (obispo de Roma), tienen esa misma misión.
Pedro, y los discípulos, tendrán más adelante, luego de la pasión y resurrección de Cristo, el mandato de anunciar a Cristo vivo.
Y así nosotros también estamos llamados como Iglesia de Cristo a dar testimonio con nuestra vida de nuestra fe. No podemos separar nuestra fe de la pertenencia a su Iglesia. Debemos urgirnos por dar un buen testimonio de Cristo, y superar la tentación de aquellos que dicen que “soy creyente, pero no practicante”.
Demos gracias a Dios por ser parte de la iglesia que Cristo fundó, y asumamos nuestro compromiso de testimonio.
Los tengo en mi cariño y los tendré presente en la misa que celebraré hoy.
Les deseo un bonito domingo.
Oh María sin pecado concebida. Ruega por nosotros que recurrimos a Ti.