¿DEJARÍAS A DIOS SOLO?
XXI Domingo del tiempo ordinario – Ciclo B
Una pareja de esposos, aceptó el llamado de Dios para ir a un lugar muy abandonado y lejos de la ciudad, para predicar la palabra de Dios, fortalecer la fe de esa comunidad, y dejar líderes para que puedan estar al frente de esa comunidad y “que continúen la misión” como ellos decían. Cuando llegaron a ese lugar les llamó la atención y les cuestionó sobremanera el que no haya habido un sacerdote desde hacía 30 años. Y algo que también les dolió hasta las lágrimas, era que cuando fueron a la capilla de esa comunidad, no encontraron a nadie, más que varios animales que vivían dentro, mucha, muchísima suciedad, y las imágenes religiosas sin rostro, un Cristo roto y desaseado. Con mucho dolor, y lágrimas en sus ojos, cayeron de rodillas y, tomándose de la mano el uno al otro, hicieron su primera oración delante de ese Cristo que le decían con el corazón en la mano: “SEÑOR JESÚS, NUNCA TE DEJAREMOS SOLO”.
Cómo vería Josué al pueblo, que se atrevió a exhortarles y cuestionarles muy seriamente: “Si no les agrada servir al Señor, digan aquí y ahora a quién quieren servir” (Josué 24,1-2ª.15-17.18b). ¿Cuánta gente hoy en día hay que se deja “seducir” por aquello que no es santo o agradable a los ojos de Dios? Muchos pierden la fe muy rápidamente, otros la tienen “apagada” por no decir “escondida o empolvada”. ¿No serás tú de ese grupo? Tu fe, la mía y la de todos ¿es auténtica?, ¿nos dejamos influenciar o confundir por doctrinas contrarias a la fe católica? Habrá que recordar, como antaño, el pueblo Israel lo recordó: “él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la esclavitud”. Esto tiene que ser más que una motivación de porqué no deseo guiarme por espíritu del “mundo”.
Constantemente pasa Dios por nuestra vida, porque siempre se mantiene fiel a pesar de nuestra infidelidad (cf.2Tim.2,13). Él nos da tanto que a veces no le pagamos bien. Muchos pueden encontrar excusas para no seguir o no ser fiel a Dios ni a la Iglesia: “Él me falló y no me dio lo que le pedí”, “se llevó de este mundo al ser que tanto amaba”, “esta persona de Iglesia me falló y ya no creo ni en Dios ni en la Iglesia”, “estas personas no viven lo que predican”, “no me atendieron justo cuando más lo necesitaba”, etc. ¿Acaso por uno o muchos que fallen, por uno o un millón de problemas y enfermedades que sucedan voy a alejarme de Dios y de su Santa Iglesia? Estamos equivocados si pensamos así. Josué invitó para que el pueblo retome el camino de fidelidad a Dios, por eso que juntos exclamaron con fe: “También nosotros serviremos al Señor”.
Ser fiel a Dios es todo un reto, hoy más que nunca ya que nos movemos en un mundo cada vez más relativista, ateo, agnósgtico y más cuestionador de las cosas de Dios. Pareciera como que hay un deseo en este mundo de que nada religioso debe permanecer. Pablo pone que la fidelidad debe vivirse, como “Cristo amó a su Iglesia” (Ef.5,21-32). La Iglesia, a la cual tú y yo pertenecemos por el bautismo, está llamada a ser fiel “sin mancha ni arruga”. Y que si eso ocurre, estamos llamados a volvernos para Dios que siempre está tocando a la puerta de nuestra vida para entrar (cf.Apoc.3,20).
Todos estos domingos hemos gozado a Jesús, que desde el evangelio de Juan (capítulo 6), nos ha estado hablando que Él es el pan de Vida, y que si comemos su carne y bebemos su sangre, tendremos vida eterna, y que habitamos en Él, pero que si sucede lo contrario, no vamos a habitar en Él. El discurso que recoge Juan, fue para los que le seguían, muy cuestionador: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?” (Jn.6,60-69). Es que, no buscaban el alimento de “Dios” que da vida eterna; buscaban el alimento “del mundo”, que no da vida eterna (v.26). ¿Cuántos de nosotros “sabemos” que Jesús está en cada Eucaristía y no queremos acudir? ¿Cuántos de nosotros acudimos a la Eucaristía sin el “traje adecuado” de fiesta? (cf.Mt.22,11-14), ¿cuántos de nosotros dejamos solos a Jesús en cada Eucaristía?, ¿cuántos de nosotros participamos de la Eucaristía o la comulgamos sin fe o sin sentido o sin estar preparados? ¿Cuánta gente hay que no trata bien la misma Eucaristía, sino que la maltrata? ¿No será que muchos hayan perdido de vista el sentido de lo que es la Eucaristía? Aquellos discípulos que comieron pan hasta saciarse, que fueron testigos del amor y del poder mismo de Dios que se derramó por doquier, no soportaron ser cuestionados por el mismo Pan de Vida que es Jesús: “muchos discípulos suyos se retiraron y ya no andaban con Él” (v.66).
Cómo le dolería a Jesús esa actitud que, acercándose a sus amigos los Apóstoles pudo preguntarles: “¿También ustedes quieren irse?” (v.67). Y ahí está Pedro para consolar a Jesús, y para dar la cara por la Iglesia, y para defender lo que Jesús dejó: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (v.68). Necesitamos, con urgencia, volvernos para Dios, valorar y aceptar por fe, la Eucaristía como “centro y culmen de toda la vida cristiana” (Lumen Gentium 11). No podemos tratar de cualquier manera a Jesús, estemos en tal o cual grupo o asociación o movimiento o congragación, o no lo estemos, tengamos o no autoridad. Hay muchas razones para respetar, querer, cuidar, proteger y promover la Eucaristía: con San Pedro decimos que “creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios”; otra razón es que es Jesús que está presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; que el mismo Jesús le dijo a los Apóstoles: “esto es mi Cuerpo”, “esta es mi Sangre”, “hagan esto en memoria mía”. ¿Dejarías solo a Jesús? Gracias, Señor, por darnos tu Eucaristía, por regalarnos tu Salvación, porque nos bendices siempre que acudimos a Ti en cada celebración. No permitas que nada ni nadie nos prive de la gracia de celebrarle y de recibirle con fe, con gracia y con el compromiso misionero de anunciar su Amor. Amén.
Con mi bendición.